Hay un tema que me da vueltas en la cabeza desde hace ya mucho tiempo y es el de la desinformación, porque considero que muchos de los males que padecemos actualmente provienen de ahí. Veinticuatro horas al día circula contenido falso en las redes sociales, nuestros WhatsApp y algunos medios de comunicación. Tenemos todo el conocimiento al alcance de la mano, pero estamos inundados de información engañosa. Y lo más grave es que, con el tiempo, las mentiras que leemos se convierten en relatos, y estos relatos se transforman en creencias, que, una vez arraigadas, son más difíciles de cambiar.
La filósofa escocesa Mona Simion, en su libro Resistencia a la evidencia, explora por qué los seres humanos tienden a resistirse a aceptar la evidencia cuando esta contradice sus creencias previas. Confiamos en fuentes de información familiares o afines a nuestros deseos, en lugar de los datos científicos que nos ofrecen los expertos. Esto se conoce como resistencia epistémica.
Todos somos vulnerables ante la desinformación. Por eso el cambio debe empezar por nosotros mismos.
De esta forma, cuando recibimos información que no encaja con nuestra visión del mundo, la descartamos sin un análisis crítico. Ejemplos de este comportamiento abundan: son los negacionistas del cambio climático, los que creen que los inmigrantes son los culpables de la criminalidad en sus ciudades, o aquellos que insisten en haber ganado unas elecciones a pesar de la evidencia contraria.
Para combatir la desinformación y garantizar el a información confiable, la búsqueda de soluciones debe abordarse desde múltiples perspectivas. Aunque se ha debatido extensamente sobre este tema, los esfuerzos no han sido suficientes para frenar su propagación. En algunos países –y ojalá cada vez en más– se está integrando esta problemática en los currículos escolares, enseñando a los estudiantes desde pequeños a desarrollar habilidades críticas para que sean capaces de evaluar la veracidad de lo que leen. Con esto no solo se busca romper el círculo de difusión de noticias engañosas, sino también formar personas que puedan tomar decisiones basadas en hechos, no en rumores.
Todos somos vulnerables ante la desinformación. Por eso el cambio debe empezar por nosotros mismos: no traguemos entero, cuestionemos, investiguemos, consultemos varias fuentes. Verifiquemos la información antes de compartirla. Seamos más astutos y críticos en nuestro consumo de noticias. Apoyemos el periodismo riguroso y de calidad. No nos dejemos engañar.