Conversaciones con Violeta ha sido de lejos mi libro más consultado, y aún con grata sorpresa firmo algunos ejemplares y, como es obvio, mis editores siguen reimprimiéndolo pese al paso del tiempo. Y hoy, volviendo a hojearlo, encuentro que una de las primeras páginas las dediqué a epígrafes de autores masculinos que buscaban de alguna manera que no olvidáramos que a lo largo de los siglos siempre existieron hombres cultos, preocupados y asombrados por nuestra inteligencia. Hombres particularmente sensibles en relación con esta eterna discriminación cultural; hombres que añoraban nuestra compañía para debatir conjuntamente sobre los problemas más serios del mundo, en fin, hombres que, probablemente, se sentían huérfanos de compañía femenina. Por cierto, y en general, estos hombres fueron tildados de utopistas, anarquistas o locos de remate.
Y hoy quise volver a nombrarlos; claro, son muy pocos, pero estoy segura de que fueron algunos más cuyas voces no lograron llegar hasta nosotras.
Recordaré entonces solo estos cinco y en orden cronológico. El primero, Michel de Montaigne, un inmenso filósofo del siglo XVI, escribió: “Las mujeres tienen razón de rebelarse contra las leyes porque las hicimos sin ellas”. Nombraré otro gran filósofo y político, esta vez del siglo XIX, John Stuart Mill, que decía: “Podemos afirmar con toda certeza que el conocimiento que los hombres pueden adquirir de las mujeres, de lo que son, sin hablar de lo que podrían ser, es lamentablemente limitado y superficial y seguirá siendo así mientras las mujeres no puedan decir todo lo que tienen que decir”.
A lo largo de los siglos, algunos hombres inteligentes y sensibles se sintieron en deuda con las mujeres y añoraban nuestra compañía
Y sigue una frase de otro filósofo, Emil Cioran (principio del siglo XX), que he citado varias veces porque me parece de una inmensa sagacidad: “Si prefiero las mujeres a los hombres es porque ellas tienen la ventaja de ser más desequilibradas, es decir, más complicadas, más perspicaces y más críticas, por no hablar de esta misteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria”. Gaston Bachelard, también filósofo y de la misma generación que Cioran, decía: “Pero un filósofo soñador, cuando sueña el lenguaje, cuando las palabras para él salen del fondo mismo de los sueños, ¿cómo puede no ser sensible a la rivalidad entre lo masculino y lo femenino que él descubre en el origen de la palabra?”.
Terminaré con un sociólogo más contemporáneo y que las feministas trabajamos bastante, Pierre Bourdieu, cuando en su libro La dominación masculina trataba de explicar por qué tal dominación había logrado permanecer tanto. Sin embargo, él decía: “El cambio mayor es sin duda el hecho de que la dominación masculina ya no logra imponerse con la evidencia de antes, con la evidencia de lo que ni siquiera tenía que ser demostrado”.
Y sí, estoy segura de que, a lo largo de los siglos, algunos hombres inteligentes y sensibles se sintieron en deuda con las mujeres y añoraban nuestra compañía porque habían entendido que estas extrañas criaturas, llamadas mujeres, habitaban el mundo de otra manera y quizás, escuchándolas, intercambiando con ellas, se hubiera podido ahorrar muchos sufrimientos, tanto para ellas –sufrimientos que el feminismo no ha hecho sino develar– como para ellos hoy, a la hora de la agonía del patriarcado. Una agonía que, y lo sabemos las feministas, da señales de longevidad, pues los patriarcas sin duda han aprendido a resistir. Quizás por eso hoy tomen más vigencia las voces de estos hombres disidentes y sensibles.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad