La protesta social está justificada. Colombia está en el 10 por ciento de los países más inequitativos del mundo. Ocupamos el puesto 15 entre 162 países en el
índice Gini reportado por el Banco Mundial, con 49,7 en 2017 (100 corresponde a total inequidad, 0 total equidad). La desigualdad de Colombia es solo superada por la de Brasil (Gini 53,3) en Suramérica. De acuerdo con
Naciones Unidas, en Colombia el 20 por ciento con mayor ingreso gana 14,3 veces que el 20 por ciento de menor ingreso. Esto, no obstante que
nuestra economía ha crecido 1,62 veces desde 2005 (promedio 4,1 por ciento anual) y haber reducido el
índice de pobreza multidimensional de 30,4 por ciento en 2010 a 19,6 por ciento en 2018 (aunque el dato de 2018 sea mayor al de 2016, 17,8 por ciento).
Vale entonces la pena reclamar por mayores oportunidades: empleo formal más estable y mejor remunerado, pensiones para todos, educación accesible y de calidad, salud universal, entre otros. También se justifica reclamar por nuestro entorno: aire más limpio y cuidado de la naturaleza. Incluso es válido reclamar por un transporte público de mayor calidad y asequible, entre muchas otras cosas.
Pero dos situaciones están mal: la represión excesiva y el vandalismo. La protesta pacífica enfrenta, en algunos casos, aplicación de fuerza excesiva de los organismos de seguridad del Estado, al punto de que las armas “no letales” dejan de serlo. Es difícil para la policía distinguir ataques de defensa, pero eso no justifica ningún exceso. Las fuerzas del Estado están para proteger a las personas, no para agredirlas.
Y, del otro lado, está el vandalismo que afecta los bienes públicos. El daño y los bloqueos al transporte masivo en Bogotá han sido extremos y han afectado los desplazamientos de la mayoría de los habitantes, especialmente de la población más vulnerable que vive en la periferia y del día a día en la informalidad o el trabajo por horas. Leo a algunos que expresan que se requieren sacrificios y desorden para lograr los objetivos, que sin ‘dolor’ no hay cambio; pero veo también que hay muchas marchas pacíficas, llenas de música y arte, de solidaridad y empatía, que generan el cambio de manera mucho mejor que la vía de la destrucción y el caos.
Escribí hace mucho rato que el odio no es un derecho humano. La protesta y las reivindicaciones sociales sí. Por eso, me pareció muy valioso que la alcaldesa electa, Claudia López, se uniera a las voces de periodistas como Daniel Samper y mensajes de la istración actual con la etiqueta #SaquemosATransmiDelParo.
Las horas perdidas por más de dos millones de personas que usan transporte público cada día (un total de 4 millones de viajes) son gigantescas. En viajes normales, el consumo de tiempo en transporte público en Bogotá es de 97 minutos,
según la aplicación Moovit, y 32 por ciento de las personas gastan más de 2 horas. En promedio viajamos 8 km, aunque 12 por ciento de los viajes superan los 12 km. Es decir, nuestro promedio de velocidad de viaje en transporte público es del orden de 10 km (incluye nuestras esperas y todas las paradas). Nuestra velocidad de caminata está entre 4 y 5 km/h, lo que indica que nuestra jornada de viaje a pie es un poco más del doble que la de transporte público. Si sumamos los tiempos perdidos, los bloqueos hacen que el tiempo de viaje se extienda entre 192 y 240 minutos al día en promedio, aunque para la población más pobre que vive en la periferia pueda llegar a 6 horas. ¿Se justifica afectar así a tantas personas?
Valentina Montoya y José Segundo López, en su columna ‘Las que no pueden darse el lujo de protestar’, muestran que el daño va más allá del tiempo de viaje. Los bloqueos afectan de manera desproporcionada a las mujeres de bajos ingresos. Cerca del 80 por ciento de ellas trabajan de manera informal, sin prestaciones ni salario estable. Al perder un día de trabajo pierden un día de ingreso, y de verdad necesitan cada uno de esos días, y pierden ese día porque dependen del transporte público para llegar a su destino. Los bloqueos afectan a las personas que la protesta trata de defender.
El vandalismo, por su parte, deja una huella de afectación más allá de las jornadas de protesta. TransMilenio y el SITP zonal tienen muchísimo que mejorar, pero atacando a estaciones y buses, el servicio empeora y se hace más costoso. Durante las jornadas de protesta, especialmente las primeras, el balance fue desastroso. Al 27 de noviembre, después de la primera semana de protestas, un reporte de la Gerencia de TransMilenio indicó que 99 estaciones habían sufrido algún tipo de daño (69 por ciento del total), con costos de recuperación de más de cinco mil millones de pesos (que salen del bolsillo de los habitantes de Bogotá, no de los operadores privados; incluso si se usan pólizas de seguros, porque se encarecen las primas). A la fecha, muchas estaciones se mantienen inoperativas: de las 14 que estaban fuera de servicio el 28 de noviembre, 7 seguían inoperativas el 8 de diciembre (Policarpa, De la Sabana, Ciudad Universitaria, Av. Eldorado, Universidad Nacional, Santa Lucía y Quiroga). Más de 50 buses troncales y zonales fueron también vandalizados durante las múltiples jornadas.
La alcaldesa electa, Claudia López, incluyó en su programa de gobierno acciones para mejorar el servicio existente, en tanto se consolida la red férrea que propuso. Con el cambio de flota troncal y reorganización de servicios, se logró en 2019 un incremento notable en la calidad de servicio de TransMilenio: según
Bogotá Cómo Vamos, la satisfacción subió de 13 por ciento en 2018 a 23 por ciento en 2019, pero aún es un nivel inaceptable. Mejorar la calidad en ascenso requerirá mucho trabajo: completar el cambio de la flota troncal, iniciar la renovación de buses de la fase III (muy probablemente por buses eléctricos), completar ampliaciones de infraestructura, avanzar en reingeniería de rutas, mejorar control de despachos y gestión, seguir avanzando en cultura ciudadana, y mucha exigencia a los operadores, entre otros (mejorar, expandir, innovar, integrar, financiar). Pero la acción de la istración también requerirá que entre todos cuidemos nuestro activo y protejamos los viajes de los más vulnerables. Por ahora, insisto en que #SaquemosATransmiDelParo.
DARÍO HIDALGO