Últimamente en las redes sociales se ha vuelto recurrente la queja de que cada vez es más difícil para los jóvenes encontrar una pareja con la cual construir un vínculo amoroso, un proyecto de vida o una relación significativa. Tal vez esto pueda explicar por qué las cifras de natalidad cayeron 14 % en el primer cuatrimestre de este año. Si bien es cierto que no se están formando nuevas parejas porque los jóvenes están sumergidos en cumplir sus metas profesionales o personales alejadas del ser y estar para los otros, la constricción de estas cifras es un problema multidimensional al que incluso habría que añadirle el aumento del costo de vida, por lo que me gustaría centrarme en aquellos modos de relacionarnos que tenemos los jóvenes y que no nos permiten conectar con facilidad.
El otro día estaba conversando con un amigo que es unos años menor y le pregunté si estaba saliendo con alguien en este momento. Me dijo que realmente había abandonado las ‘apps’ de citas porque mencionaba que conocer gente se había vuelto profundamente aburrido. “La gente ya no se maravilla con la existencia del otro. Van a las citas y hacen las mismas preguntas una y otra vez, como tratando de ver si la otra persona que tienen en frente cumple con una ‘checklist’ determinada que les han impuesto las redes sociales: hace cuánto terminó su anterior relación, qué ideología política tiene, si hace ejercicio, tiene trabajo o estudia, vive solo o con sus padres...”. Pero eso no fue lo peor, luego me comentó que la gente tampoco quería maravillar. Iban a las citas y no construían conversaciones orgánicas con la curiosidad sobre el otro o sobre sus puntos en común, sino que repetían un monólogo para presentarse y mostrarse agradables.
La gente ya no se maravilla con la existencia del otro. Van a las citas y hacen las mismas preguntas una y otra vez, como tratando de ver si la otra persona que tienen en frente cumple con una ‘checklist’
La misma semana fui con mi hermana a ver ‘La sustancia’, una película que está en furor, pues habla desde la ciencia ficción de la creación de un químico que te permite rejuvenecer. La película es grotesca, demasiado gráfica y francamente perturbadora. Podría hablar horas del trasfondo de la película, la cual invita a olvidarnos de la presión estética de la sociedad, pero es que luego de una de las escenas más impactantes, en la que la protagonista pierde todo y se destruye física y mentalmente a sí misma, la sala estalló en carcajadas. Al salir del cine la gente se reunía con sus amigos a calificar la película. No hablaban de lo que los dejó pensando, de lo que había en la pantalla y que se mostraba como reflejo de la podredumbre de nuestra sociedad plástica, sino que inmediatamente fueron a calificarla, a darle un número, a decir en redes “La vi”.
Traigo estos dos sucesos a colación porque es evidente que la sociedad, las redes sociales y el mundo desenfrenado en el que vivimos nos ha cortado la empatía a los jóvenes. Nos ha vuelto apáticos a la realidad, insensibles, y eso está minando también nuestras relaciones interpersonales. Nos relacionamos desde el “me sirves, te ajustas o no” y no desde la curiosidad por el otro, desde el entender al otro como un ser que puede llegar a afectarnos. Vemos a los otros como vemos una película, como una ‘checklist’, nos quedamos con la crítica fácil y rápida, y olvidamos ver más allá.
Empatizamos rápidamente con guerras y situaciones de orden mundial porque somos víctimas de un alardeo moral en el que todos tenemos que estar de acuerdo en qué es lo bueno y lo malo, pero poco nos sentamos a preguntarnos qué significa la empatía, qué significa sentir y dejarse afectar realmente por el mundo. Queremos escapar con drogas, con miles de actividades, con conocer frenéticamente personas, pero poco nos permitimos la idea de sentir realmente.
Mi invitación es a dejarse afectar, que el otro los transforme y los sorprenda, sientan curiosidad y rompan sus paradigmas, sean realmente empáticos.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR