Señoras, señores: con ustedes, el infierno tan temido. El prólogo a la distopía. El camino a La carretera y a El cuento de la criada. La escena del drama del mundo en la que las democracias deben redoblar sus apuestas, renovar sus pactos, si quieren detener a los fundamentalistas. El momento preciso en el que los fanáticos desempolvan los insultos contra los liberales, y empieza a acomodarse la patocracia, y los sicópatas regresan al poder. La historiadora Emilia Koustova lo advierte: “Putin quiere ganar la Segunda Guerra Mundial”. Buena parte de Estados Unidos está lista a confiarle el desastre al 34 veces condenado Donald Trump. La sagrada ONU, que le costó sangre a la especie, acusa a Netanyahu de estar cometiendo un genocidio en Gaza, y el genocidio sigue y da igual. Y suena a precipicio, a cierre del Antropoceno, a fin.
Y, como la nostalgia de los imperios desemboca en la venganza, como las sociedades insisten en encargarles su desazón a los trastornados, tiene sentido que hagan secuelas de Star Wars.
El presidente Petro, líder de oposición que tiende a ver el vaso completamente vacío, certifica el apocalipsis: “La extrema derecha gana Europa”, versifica, en X, ante los resultados de las elecciones del Parlamento, “el siglo de las luces se apaga”. Parece olvidar, como aquellas películas en las que un niño bucólico es testigo de la invasión de las tropas fascistas, que cada sociedad crea sus monstruos. Plegado a las noticias en desarrollo, parece desconocer que, a pesar del fortalecimiento de las derechas, los socialdemócratas y los liberales siguen teniendo una vigorosa mayoría –401 de los 720 europarlamentarios electos–, y entonces está claro que los dementes sobrevuelan estas democracias hartas de políticos en vano, pero los electorados están aún en la capacidad de resistirse al desvarío.
Confío más, de nuevo, en los liderazgos progresistas e inteligentes que ha dado este siglo de pulsos por la justicia social.
Entiendo a la gente que teme que estos presidentes nuestros, tan poco confiables, quieran reelegirse. Entiendo a la gente que sufrió cuando el Jefe del Estado soltó –señoras, señores: no fue un sueño– la envenenada sentencia “el sistema electoral colombiano es peor que el venezolano”. Pero cuando alguien repite que “Petro está en campaña” pienso “está en campaña, sí, pero para que llegue al poder un ser grotesco”. Sus cruzadas han puesto en riesgo las vidas de sus propios y de sus extraños. Y esa incapacidad suya y sólo suya de pactar con el liberalismo –una necedad fatal porque ese pacto ha sido y será la barrera que nos salva de las derechas salvajes– no sólo ha llenado de argumentos a su oposición, sino que ha hecho menos inverosímil la elección, en 2026, de algún engendro caprichoso de aquellos.
Un opositor de la democracia. Un enemigo de la política. Un antagonista tan lenguaraz y tan descabellado y tan obtuso como el presidente Milei, clonador de perros argentinos, que acaba de reconocer que odia al Estado y que va a destruirlo por dentro.
Cómo librarnos del extremismo. Cómo evitar que esta vocación tan criolla a la hora de sabotear acuerdos nacionales –o sea esta torpeza nuestra a la hora de hacer política– nos empuje a una de esas presidencias que odian al Estado. Todavía hay, en el gobierno de Petro, gente capaz de encontrarse en la mitad con gente que piensa lo contrario. Pero confío más, de nuevo, en los liderazgos progresistas e inteligentes que ha dado este siglo de pulsos por la justicia social: en las voces de Causa Justa, Puentes, De Justicia, Sentiido, Colombia Diversa, Acolfutpro, Moe, Pares, NiñezYa, La Liga Contra el Silencio, No es hora de callar, Justicia para todas, La Mata No Mata, El Veinte, Rodeemos el Diálogo, Defendamos la Paz, Indepaz, La Paz Querida. Y en un electorado cansado de estos gobiernos que detestan a medio país.