Nuestro amigo explorador nos recibió el sábado en su finca a las afueras de Bogotá con la noticia de que se había ido la luz. “Y no va a regresar en lo que resta del fin de semana”. Los nueve invitados disimulamos lo nefasto de esa noticia. “No hay problema”, dijo uno. “Lo importante es que haya señal”, señaló otro. “La señal es muy mala, casi no entra”, sentenció el anfitrión.
Dejamos las maletas en nuestros respectivos cuartos (cabe aclarar que en estas había ropa y no fajos de dinero, como parece ser la regla hoy) y procedimos a reunimos en la mesa del jardín. La conversación se fue de inmediato a ChatGPT, que es de lo que todo el mundo habla ahora. El escritor, con una lata de cerveza Póker en la mano, me miró y me preguntó, “Diego, ¿qué va a pasar con el trabajo de los escritores?”.
“Por el momento, nada, los nombres, los autores, aún son muy importantes para las audiencias actuales. A nosotros todavía nos parece relevante que el libro que estamos leyendo provenga de un Juan Gabriel Vásquez, pero a mediano plazo, las nuevas generaciones verán completamente normal leer novelas hechas por la inteligencia artificial. Para nuestros hijos será irrelevante si un libro lo escribió un ser humano o una máquina. Seguramente, en 50 años, los escritores humanos se contarán con los dedos de las manos”.
La pareja del escritor, Néctar, un prestigioso dermatólogo, parecía estupefacto. “¿Cómo así? ¿Y entonces, qué va a pasar con todos los que crean, los que escriben?”. “Eventualmente seremos obsoletos. Hace unas semanas escribí una columna sobre este tema y fue hecha por ChatGPT. Y la verdad es que escribió mejor que yo. Para mí es cuestión de tiempo antes de que Mompotes, el director de EL TIEMPO, me llame y me diga que muchas gracias por los servicios prestados. Es angustiante, la verdad. Tengo 44 años y en unos cinco o seis años me tocará reinventarme. Me volveré petrista”.
“Creo que están siendo demasiado catastrofistas”, dijo el actor. “La humanidad ha vivido cambios profundos y ahí sigue; nos hemos adaptado a todas las revoluciones que hemos experimentado. Esto no pasa de ser una narrativa distópica”. En los ojos de muchos vi que se preguntaron qué sería una narrativa distópica. No había Internet para consultar.
“Sí, pero este es un cambio muy distinto. Esta es una revolución en manos de algo que no controlamos, que inclusive piensa de forma más rápida e inteligente. No en vano los grandes genios de la tecnología están pidiendo una pausa para entender las amenazas de esto. La humanidad está en peligro. Y no lo dicen unos loquitos, lo dicen personas e instituciones muy serias”, le respondí.
“Por lo menos esto a nosotros nos coge de salida”, dijo el medallista nadador. “Pues a mí me parece que va a ser dramático lo que vamos a vivir en unos años. Estamos hablando de millones de personas que no van a tener nada que hacer”, señaló su pareja, el chef clandestino.
“No va a pasar nada. Dejen de estar metiendo terrorismo. Los gobiernos terminarán legislando sobre este asunto e impedirán que en ciertas profesiones se utilice la inteligencia artificial para suplir el trabajo de creativos. Miren lo que está pasando en Hollywood con los guionistas. A las grandes productoras les van a prohibir utilizar la IA para escribir guiones”, indicó la infiltrada peruana.
“¡Platz!”, gritó de repente el actor. Todos nos asustamos. Le estaba increpando a su perro. No le hizo caso. En una esquina estaban la periodista, la fiscal y la modelo gerente criticando y lamentando a sus maridos. De repente, en medio de una selva, comenzó a diluviar. Nos entramos a la casa. Nos olvidamos del fin del mundo y a la luz de las velas empezamos a arreglar el país.
“Hay que cambiar la capital de Colombia a Barranquilla”, instó el escritor. Qué linda es la vida sin Internet.
DIEGO SANTOS
Analista digital
En Twitter: @DiegoASantos