Aquellos que son mayores de 45 años seguramente crecieron en medio de familias consumidoras de periódicos y revistas. Probablemente, algunos de los recuerdos que tengan de niños son de sus papás o abuelos leyendo el diario local en la mañana antes de salir a trabajar. Era una linda costumbre, pero el mundo es una masa que avanza sin freno y las costumbres deben envejecer con dignidad y dar paso, sin trauma, a otras nuevas. Así ha sido a lo largo de la historia.
Pero hoy los tiempos son bien distintos. La implacable inmersión de la tecnología en nuestras vidas ha hecho obsoleta la mayoría de las costumbres que teníamos nosotros o nuestros antepasados. Casi que podríamos hablar de que en los últimos 20 años ha habido un reseteo total de cómo la humanidad concibe sus prioridades, estilo de vida y costumbres.
Son tantas cosas las que están sucediendo hoy, que lo que estuvo de moda en 2019 ya no importa en 2020. La tecnología se hizo tan accesible a miles de millones de personas, que, con la mente tan creativa de los humanos, inagotable como el sol, hemos inventado más cosas en dos décadas que en los anteriores dos siglos.
A muchos adultos, sobre todo los mayores de 50-55 años, los está abrumando este nuevo mundo. No comprenden cómo preferimos asilarnos frente a un celular, a compartir una sobremesa agradable con familiares y amigos. Se sorprenden de que se hayan acabado las llamadas telefónicas para dar paso a conversaciones impersonales por WhatsApp.
Tampoco saben en qué momento una aplicación amigable como Facebook, que les permitió ponerse en o con amigos de la infancia o la universidad, se convirtió en una máquina propagadora de noticias falsas que ahora se llama Meta y quiere llevarnos a vivir en un mundo virtual, con unas gafas enormes puestas alrededor de nuestras cabezas.
La brecha generacional entre padres e hijos nunca fue tan pronunciada como ahora. Mal que bien, los de mi edad, de 40 a 50 años, aún tenemos muchísimos puntos en común con nuestros padres, y estos con los suyos. Pero hoy nuestros hijos hablan un lenguaje completamente distinto al nuestro. “¡Me hace muy feliz verlos, así no entienda la mitad de lo que hablan!”, le oí decir a un señor de unos cincuenta y pico de años a sus hijos mayores.
Esta frase fue la que propició esta columna. Debe ser angustioso, creería, sentirse desconectado del mundo que se avecina, de las generaciones que lo están construyendo, no poder participar o influir en decisiones críticas de futuro. No entender la mitad de lo que se habla.
¿Pero esto es culpa de las nuevas generaciones o de las antiguas? Puede que haya una mezcla de responsabilidades, pero las segundas se han desentendido en gran parte de querer aprender e informarse sobre lo que está sucediendo. Con la frase de: eso es muy difícil de usar o comprender, muchos papás se han negado a entrar en el mundo en el que se mueven sus hijos, inclusive los que ya están en la universidad. Ellos, que nos pidieron con frecuencia abrir nuestras mentes, cerraron la suya.
La tecnología no es un predio exclusivo de jóvenes. La tecnología nos impacta a todos. Hay literatura por todas partes sobre la misma, videos, blogs, pódcast y demás que no permiten la excusa de ‘yo no entiendo eso’ para poder adentrarse en ella. La experiencia de los adultos siempre será crítica para la evolución de la humanidad, y no participar en esa conversación sería un error calamitoso.
Sus hijos son de otra generación, interactúan en un universo diferente al que ustedes vivieron, pero es su obligación el comprender e interesarse por ese mundo. Nadie los ha excluido. Y puede que sea ahora, más que nunca, que se necesite de su experiencia para evitar que el tren de la humanidad siga dirigiéndose al abismo hacia el que vamos.
DIEGO SANTOS
Analista digital