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Bemoles del pacifismo

En ocasiones el Mal solo puede combatirse por la violencia. Está en nuestra enigmática esencia.

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Repitámoslo. Hay que ser muy tonto hoy por hoy como para pensar que el espíritu bélico, herencia de la bestia hirsuta que apadrinó nuestra aparición sobre este planeta hermoso y cruel, aún sigue vigente como un deber, como un compromiso tácito con un grupo. En el proceso civilizador, la guerra que cantaron los poetas remotos del Ramayana y la Ilíada con redobles de tambores y chirriar de siringas ha venido a ser paulatinamente un hábito vergonzoso, como habrán de ser vergonzosos un día el prejuicio nacionalista, las marchas patrióticas y las banderas.
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Esperemos que sí, que esas cosas de límites, esos trapos, y esas tonadas para trompeta, pasen a los museos de los anacronismos con las piedras de moler, y a los diccionarios de las supersticiones con la Patasola, la Llorona, los elfos y los djins. Por ahora el ser humano, animal desgarrado, con una mitad del alma sigue buscando las estrellas, enamorado de sus guiños dorados, y con la otra aferrado a los rituales prehistóricos de la matanza sacralizada, incapaz de renunciar al uso de la garra, la pezuña y el cuchillo de obsidiana. Hasta hace relativamente poco muchas personas buenas, nacidas en el seno de familias decentes, se sentían autorizadas para masacrar a sus prójimos en nombre de la clase, la raza, la religión o alguna otra noción implantada en la conciencia desde la niñez por una pedagogía tóxica. Los verdugos eran canonizados. Y las estatuas de los genocidas campaban en las plazas cerca de los carruseles de los niños. Cómo sacar buenos muchachos para el futuro cuando los niños crecen en parques donde a veces hay un vergajo en actitud heroica alzando una espada por los siglos de los siglos, o mientras resista a las corrosivas deposiciones de las palomas el bronce de las estatuas vaciadas por artistas entusiastas...
Petro a primera vista parece tener la razón cuando declara la neutralidad del Estado colombiano ante la actual guerra de Ucrania. Pero como siempre que parece tener la razón Petro también pela el cobre de una equívoca ideología. A veces la neutralidad nos condena a ser cómplices del crimen. Petro hace esfuerzos por comportarse razonablemente. Y el país lo agradece. Pero es inocultable en él la impronta de los izquierdistas que en el siglo pasado cometieron tantos abusos en todas partes, atracando, secuestrando, incendiando y violando, obnubilados por unas retóricas falaces.
La agresión a Ucrania es apenas otra entre muchas programadas por este carnicero premoderno. Y su apetito parece insaciable.
La guerra sigue siendo un hábito sucio difícil de desarraigar. El apaciguamiento del espíritu fue predicado muchas veces en vano desde Jesucristo, y a veces incluso empeoró las cosas en las vueltas del eterno retorno de la alimaña primitiva. Recuerdo al joven testigo de Jehová que menciona Günther Grass en sus memorias. Objetor de conciencia, se negó por asco a empuñar un fusil en el ejército nacionalsocialista. Y desapareció simplemente de la faz de la tierra. Su gesto fue ineficaz. El lobo no se dejó conmover por su entereza. En ocasiones el Mal solo puede combatirse por la violencia. Está en la esencia de nuestra enigmática situación desgarrada.
El mundo después de la guerra del 14, mientras gozaba de la prosperidad renaciente y bailaba tango, permitió, pues era más cómodo, y parecía más sensato, la anexión de Austria por los nazis. Que después pidieron los Sudetes. Y luego invadieron Polonia. Y más tarde pensaron que el Cáucaso formaba parte de su espacio vital por gracia de los dioses vikingos. Y finalmente les entraron las ganas de pasear por los Campos Elíseos en sus carros blindados. Y pasearon. Demoliendo todo lo que encontraron camino de París.
También Putin siente el llamado del sueño imperial de Iván el Terrible y la promiscua Catalina. La agresión a Ucrania es apenas otra entre muchas programadas por este carnicero premoderno. Y su apetito parece insaciable. Con mucha probabilidad a continuación, si lo dejan, irá por Finlandia o Suecia. Y querrá pasear por París como Hitler en el clímax de su delirio, con olímpico desprecio por el ideario de su compatriota Kant, filósofo de la paz perpetua.
EDUARDO ESCOBAR

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