El Estado tiene su tareas y no debe faltar a ellas, pero la sociedad civil está llena de potencial para construir y trabajar unida en proyectos asociativos que conquisten metas concretas de bienestar para la comunidad, independientes del Gobierno, que además, en el caso colombiano, no tiene la capacidad de cumplir con todos sus deberes. Triste pero real.
Trabajar en equipo como colectividad impulsa la habilidad para compartir conocimientos y capacidades que oxigenan soluciones más creativas, construye confianza y capital social, expande el impacto de las ideas, fortalece el sentido de pertenencia y resiliencia, potencia la conquista y la sostenibilidad de proyectos de grandes ambiciones y a largo plazo.
Agruparse en causas comunes no es nuevo. El concepto de los vecinos y el barrio que se alían, y que parece hoy relegado a las zonas rurales, fue parte de las ciudades que, víctimas de la inseguridad, han sacrificado esos lazos como contrapeso a un comportamiento de desconfianza y aislamiento hacia el otro. El entorno urbano hoy tiene rejas, cámaras y guardas. Al final hablamos de un país donde existen el hurto, la extorsión y el secuestro. Ser anónimo se vuelve seguro. Pero también egoísta. Mientras tanto, y quizás contradictorio, se da un exceso de comunidades virtuales donde desconocidos se exponen sin limites bajo la promesa, a veces sin verificar, de una causa común.
Sin embargo, tanto el país como el mundo tienen ejemplos interesantes de unión frente a intenciones de desarrollo económico, justicia social, sostenibilidad ambiental, preservación de la cultura, bienestar social o simplemente causas puntuales que aparecen, conmueven y agrupan.
Las personas y las empresas están llamadas a concebir estos proyectos. Lo hacen. Pero sin duda se está lejos de hacer uso de las posibilidades ilimitadas que ofrece la asociación.
El éxito está demostrado. En el caso de movimientos: #MeToo, activismo global por los derechos de las mujeres o el Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos. Si hablamos de comunidades: el Grameen Bank en Bangladés o los kibutz en Israel. O coyunturas inspiradoras concretas: el apoyo al ciclista Egan Bernal en Colombia.
Son indiscutibles los retos que tienden a presentar este tipo de proyectos. La dificultad al de recursos, tanto para su funcionamiento como para su viabilidad en el mediano y largo plazo, manteniendo la operación a niveles óptimos y alimentando el potencial de los alcances. El a talento capacitado y comprometido, especialmente cuando se trata de voluntarios en Colombia, donde es escasa la cultura de donar el tiempo con disciplina. Mantener el foco, la relevancia y el entusiasmo ante los retos. Superar las diferencias de opinión sobre la base del interés común que prima. La adaptación a los cambios y al desánimo que produce la burocracia y el reto que significan los cambios tecnológicos.
Las personas y las empresas están llamadas a concebir estos proyectos. Lo hacen. Pero sin duda se está lejos de hacer uso de las posibilidades ilimitadas que ofrece la asociación. Las empresas en particular, por medio de sus áreas de mercadeo, se unen a sueños mientras buscan conquistas de reputación, posicionamiento o ventas. Estas metas suelen estar acompañadas de búsquedas de exclusividad para que las marcas queden sembradas en el corazón. Se entiende. Sin embargo, cuando se ve una pared de reconocimiento y gratitud a socios, patrocinadores, donantes y aliados donde coinciden logos de aquellos que en su sector compiten unidos por una misma causa, la lectura no dilata la marca, la exalta, porque alberga compromiso, generosidad y apertura ante causas comunes mayores.
Bienvenidas la creación de nuevas asociaciones serias, cuya istración requiere transparencia absoluta en el manejo de los recursos, presentación de informes de gestión y obtención de resultados. Que al final, como seres sociables parte de un todo, alcanzan metas concretas de bienestar.
@MOrtizEDITOR