Piscolabis es una cantidad pequeña de comida, que se toma entre horas, por capricho, no por hambre. “¿Nos tomamos un piscolabis?”, escuché de un cachaco fino, y acepté. Fue una conversación deliciosa, porque el piscolabis tiene sentido, más que para alimentarse, para conversar.
EL TIEMPO me ha pedido suspender esta columna mientras esté ejerciendo un cargo público. Agradezco la oportunidad de hablar con personas que es muy poco probable que se acercaran de otra manera a temas de género, diversidad sexual, derechos sexuales y reproductivos o masculinidades. A las y los lectores, gracias por sus saludos y mensajes, por contarme que me leen con sus hijos e hijas; gracias por repensarse su lugar en el mundo y gracias por aceptar la propuesta de estas conversaciones, que no siempre son cómodas.
Me acusaron muchas veces de ser parte de un complot homosexual para conquistar el mundo. En discursos que serían chistosos, si no salieran de donde salen: pastores, docentes, psicólogos, funcionarios públicos. Es decir, gente a la que otra gente escucha y obedece. Por eso mismo, gente con el potencial de hacer mucho daño con sus palabras. También han dicho que hago parte de la dictadura LGBT y de tener un rayo homosexualizador que, según cuentan, es irresistible y convierte a todo el mundo en zombi... perdón, ¡era gay!
Allá afuera sigue habiendo gente que cree que los homosexuales representamos un peligro enorme.
Como lo mío es contar una y otra vez el mismo cuento, con distinto formato, para llegar a otras audiencias, hice mi stand-up comedy A ver si nos entendemos, para hablar del verdadero plan homosexual que busca conquistar al mundo. Y escribí: “No somos etcétera, veinte años de historia del movimiento LGBT en Colombia”, pensando en que hay que conversar de manera informada sobre diversidad sexual. En clase, como consultora, comediante, columnista o escritora, siempre estoy pensando en cómo contar el asunto de forma que quien escucha lo pueda incorporar, es decir: ponerlo en su propio cuerpo. Estoy convencida de que solo así se logra ver y actuar con perspectiva de género.
Entonces, aprovecho esta última oportunidad quincenal para proponerles una nueva conversación. Publicaré un libro con mis columnas, por temas, con hoja informativa (datos relevantes y de contexto); ilustrado por Vladdo, que trae a su Aleida, y con prólogo de Ricardo Silva. Ambos hombres cishétero, para más señas, que se unen al plan homosexual para conquistar el mundo, porque se han pensado otras formas de masculinidad. Me honran su compañía y entusiasmo en aceptar esta invitación. Cada sección del libro tendrá unas preguntas orientadoras para proponer y facilitar conversaciones sencillas en familia, para que conversen la abuelita y el nieto.
Vinimos a dejar el mundo mejor que como lo encontramos, y eso nos toca a todas, todos y todes. No hay excepciones identitarias. Allá afuera sigue habiendo gente que cree que los homosexuales representamos un peligro enorme (no distinguen identidades, para ellos y ellas es irrelevante. Nos ven igualitos). Juran que nosotros, todos, queremos conquistar su mundo. Y nos atacan en consecuencia. Por eso es tan importante seguir hablando de estos temas, aunque sean incómodos.
El género sirve para revisar nuestra forma de estar en el mundo, la forma en la que estuvieron nuestros abuelos y abuelas y la forma en que desearíamos que estén nuestros nietos y, sobre todo, nuestras nietas. Hablemos de estereotipos y desequilibrios, de cómo importan los roles en las violencias que causan. Y de homofobia, que es la causa última de que papás y mamás que están leyendo esta columna no sepan si sus hijos han sido agredidos y violentados por la forma en la que se ven, no por lo que sean, si no por cómo los ven. Por eso quiero invitarles a que nos tomemos un Piscolabis; una compilación de pre-textos pa’ picar lengua y hablar de género. Como siempre.
ELIZABETH CASTILLO