Hace pocas semanas murió el mago Gustavo Lorgia, uno de los ilusionistas más grandes de la región. Resonó un día que le preguntaron por los trucos de los políticos. “Sin lugar a duda, nos manejan tal como los magos hacemos creer cosas que no existen. Unos son buenos y otros son muy malos magos que engañan de verdad”, respondió con las cejas arqueadas y media sonrisa.
La historia de la magia y su relación con la política es un recordatorio de que la capacidad de persuadir, inspirar y, en ocasiones manipular, ha sido una constante en el ejercicio del poder. Así como un mago utiliza su destreza para crear un momento de asombro, un líder puede usar su retórica para forjar realidades, movilizar voluntades y dirigir el curso de la historia.
La magia, en sus orígenes, estaba profundamente entrelazada con la religión y la espiritualidad. Egipcios y babilonios no hacían distinción entre lo mágico y lo divino. El “Papiro Mágico de Harris”, de 1500 a.C., revela cómo la magia se empleaba para propósitos tan variados como la curación, la protección contra lo malvado y la comunicación con los dioses. Similar promesa han hecho algunos dirigentes en la historia.
Los ilusionistas –por entretenimiento o búsqueda de poder– muestran una variedad de opciones para escoger, pero incitan a pensar, a ver y a actuar como ellos prefieren. La carta tomada pocas veces será la elegida sino la que nos toca. Como la vida misma. El determinismo que tanto nublaba a Einstein es evidente al quitarnos el imperio de la libre elección, dejándonos como simples espectadores que creen tener el poder de actuar.
Todo episodio de magia y de proselitismo necesita un espectáculo. El siglo XIX vio el nacimiento de los grandes escenarios con magos como Harry Houdini y Howard Thurston llevando el arte a nuevos niveles de popularidad y sofisticación. Ellos no solo dominaban la técnica, sino que eran maestros en el arte de la promoción y de la creación de atmosferas ideales, utilizando la prensa y el naciente cine para aumentar su fama.
Todo episodio de magia y de proselitismo necesita un espectáculo.
En el siglo XX muchos gobiernos nos enseñaron lo crucial de esos espectáculos, de los mecanismos de convencimiento, el maquillaje en las palabras y el manejo de los símbolos. Incluso los populismos (una de las tantas variantes negativas de la política y de la magia) nos han mostrado que las estructuras mentales crean realidades alternas, que las ideologías son el atajo cognitivo más útil y que para lograr objetivos es mejor tener el oligopolio de las verdades a medias que el monopolio de la fuerza física legítima.
La magia, al igual que la política bien hecha con persuasión y sin manipulación, es divertida, necesaria, y pedagógica. Incentiva la creatividad y la comunicación. Ambas son una puesta en escena, una batalla de convicciones donde las emociones, las historias y la distracción dominan lo que se percibe. Ambos, políticos y magos, con la muestra más grande de ingenio y belleza comunicativa, con surrealismo y poesía –como diría el mago Lorgia– le harán creer que usted escogió la carta correcta.