¡Fantástica! Es lo menos que se puede decir sobre la última producción cinematográfica del mexicano Alejandro González Iñárritu.
Bardo: crónica de unas cuantas verdades comienza con una toma general del desierto fronterizo entre Estados Unidos y México. En medio del desierto, deambulan, como fantasmas, los inmigrantes latinoamericanos, atrapados en el sueño americano.
El eje argumentativo de la última película de Iñárritu es la migración, que viene desde el Génesis, y que hoy, ante los embates del capitalismo salvaje, arroja en cada país, miles de desplazados.
Son los trasterrados de la tierra. Aquellos que, ante la imposibilidad de vivir materialmente en sus países, toman el camino incierto del nomadismo.
El desplazado es el viajero de ninguna parte.
En la película Bardo, el primer desplazado es el propio cineasta, que después de vivir durante dos décadas en California, decide regresar a México para recoger sus pasos.
“México, ciudad bella y fea”, afirma el protagonista desde una terraza del centro histórico.
La película narra la migración voluntaria del cineasta que quiere tomar distancia de su México, pero al mismo tiempo le duelen sus orígenes.
El film es implacable con el artista contemporáneo que lo único que le interesa es estar contemplándose en el espejo mediático.
El regreso del artista a su ciudad natal le permite al autor establecer una relación paradojal, de amor y odio, con su propia ciudad.
En la película Iñarritu ama México, a sus padres, a sus amigos; es un apasionado de la salsa de Héctor Lavoe y Willie Colón, pero le duele la decadencia mediática en la que ha caído, y la crisis de los bardos y los periodistas, que viven mendigando un like en las redes sociales.
En la película la plataforma Amazon compra la baja California. México y América latina viven en el deliro apasionante que producen la violencia y la inmensa pobreza. Sus gobernantes son simples marionetas que se la pasan enredados en sus negocios turbios.
Bardo es un cuestionamiento profundo sobre una sociedad mediatizada, que como afirma el despechado de Mario Vargas Llosa, cayó en la ‘cultura del espectáculo’.
El vocablo ‘bardo’ significa vate, poeta; pero también, según la cultura budista, alude al tránsito entre la muerte y la resurrección.
México es el país de los vivos y los muertos.
La película de Iñárritu es una auto ficción existencial sobre uno de los cineastas más importantes del siglo.
El film es implacable con el artista contemporáneo que lo único que le interesa es estar contemplándose en el espejo mediático. El artista del siglo ya no es quien conmueve al mundo con su obra. Es el ser enajenado de las redes sociales.
En una época donde el cine se ha infantilizado hasta el punto de convertirse en una caricatura, Bardo es una excelente película que nos indica que, en el arte y el cine, aún hay esperanza.
Alejandro G. Iñárritu es un cineasta que ha obtenido tres Premios Óscar. Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades está nominada a la mejor película internacional de los Premios Óscar 2023. Esperemos que el próximo 12 de marzo el cine latinoamericano tenga una grata sorpresa.
FABIO MARTÍNEZ