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Salud, amor e inteligencia artificial

No podemos escapar de la IA. Lo importante es que el mundo sea consciente de su uso racional.

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PROFESOR TITULAR UNIVERSIDAD DEL VALLEActualizado:

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En estos años de cambios, el ser humano está asistiendo al auge vertiginoso de lo que se viene denominando ‘inteligencia artificial’.
La IA es la programación con información de un dispositivo o robot con el objeto de reemplazar al ser humano en sus principales actividades de la vida cotidiana.
Alan Turing, quien fue el padre de la IA, jamás imaginó que sus experimentos en la construcción de códigos y algoritmos iban a transformar, setenta años después, nuestras vidas humanas en relación con las máquinas.
Antes, las máquinas estaban al servicio de la humanidad y eran su punto de apoyo en sus actividades cotidianas. La pala, la cuchara o la máquina de coser constituían la prolongación de la mano y el ser humano tenía el absoluto control sobre éstas.
Hoy, ante el auge de robots y artefactos programados con algoritmos, el ser humano ha perdido el control y se encuentra subordinado a ellos.
Los entusiastas de la inteligencia artificial argumentan que estas nuevas “máquinas del pensamiento” serán de gran ayuda para el ser humano. No lo dudo. Soy consciente de que muchas herramientas virtuales y dispositivos hoy nos están ayudando a cortar distancias y a simplificar muchas tareas de la vida cotidiana.
Durante los años de pandemia el ser humano tuvo que recurrir a las tecnologías virtuales para poder trabajar, educarse y comunicarse.
Pero de ahí a aceptar el criterio de los fundamentalistas de las IA que hablan del triunfo del robot sobre el ser humano, y de la desaparición del sujeto, hay mucha tela por cortar. Comenzando porque una máquina puede imitar todo, tu rostro, tu cuerpo, tu voz, pero jamás puede reproducir tu conciencia y la capacidad de pensar y discernir con propiedad.
El lingüista Noam Chomski denunció hace poco que los chats especializados en el lenguaje están cometiendo un autoplagio con la lengua.
En el campo laboral los empleados están preocupados porque muy pronto las secretarias, las recepcionistas y los periodistas serán reemplazados por un robot.
En el mundo del arte, en un concurso realizado en Colorado, Texas, causó revuelo porque la obra ganadora fue hecha por un computador. En el pasado Festival de Cine de Cartagena, un afiche hecho con inteligencia artificial desplazó a los artistas de la ciudad y el país.
En Cali los bailarines de salsa andan inquietos porque con el tiempo serán reemplazados por bellas y seductoras contorsionistas en el arte de azotar la baldosa a nivel virtual.
En la literatura, mi amigo Mastropiero Caicedo, lagarto consuetudinario de las secretarías de cultura, está alarmado ante la posibilidad de que un robot escriba por él y termine escribiendo sus obras incompletas.
La inteligencia artificial, que fue vislumbrada por Turing, ya se encuentra entre nosotros y no podemos escapar de ella. Lo importante es que el mundo sea consciente de su uso racional. Y, sobre todo, de una ética, para que los derechos del ser humano no sean vulnerados por máquinas y robots que, al fin y al cabo, son propiedad de las grandes compañías virtuales.
Ojalá que no nos pase lo de Einstein, que durante su vida quedó preocupado por su teoría de la relatividad cuando se informó que fue utilizada para producir la bomba atómica.
En mi caso particular, ya he tenido varios fiascos con algunos robots y, en especial, con algunas robotcitas. En una ocasión me visitó a mi computador una niña bella y sensual, que me invitaba a que tuviéramos una relación amorosa. Estuvimos chateándonos por varias semanas. Hasta que un día que la invité a una cita real, me dijo que no podía porque ella pertenecía a una dimensión desconocida.
Antes pedía mis citas médicas por teléfono. Ahora, a mi WhatsApp, me visita un robot que está programado para esto.
La inteligencia artificial aterrizó como un ovni para quedarse.
A mis caros lectores les informo que está columna la escribí yo, y no un robot. Espero que el director de EL TIEMPO, Andrés Mompotes, no me vaya a reemplazar por el ChatGPT, el famoso modelo de inteligencia artificial de procesamiento lingüístico.
FABIO MARTÍNEZ

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