Fue Henry ‘Fats’ Zuluaga quien le puso el remoquete de ‘disc jockey errante’ porque desde su infancia, cuando vivía en la casa del barrio Alameda de Cali, comenzó a poner música en los tocadiscos o tornamesas que se usaban en la época.
Eran los tiempos de los discos de pasta negra. Los ‘Negritos del ritmo’ —como les llama el timbalero Alejandro Longa ‘Pichirilo’—, que hoy, ante la alta fidelidad de su sonido, se han vuelto a poner de moda y son los preferidos por los melómanos exigentes.
Gary, quien era hijo de doña Blanca, una señora antioqueña que se casó con Édgar Mallarino, el famoso jugador de fútbol del Deportivo América, en la época del Dorado, vivía en una casa llena de discos que coleccionaba su padre. Allí, después de un partido de fútbol, el maestro Mallarino acostumbraba reunirse con sus amigos a escuchar música. El discómano o ‘Al Capone’, como se le llamaba por aquellos años al hombrecito que cumplía con este noble oficio, era el niño Gary Domínguez.
Ahí comenzó su vocación de melómano y coleccionista. Luego se convirtió en el 'disc jockey' de los bares y ‘aguaelulos’ que se realizaban en los barrios de la ciudad.
Con sus discos de 45 r. p. m. debajo del brazo, donde se destacaban los guaguancós de Richie Ray, las pachangas de Joe Quijano y las bombas de la Sonora Ponceña, el joven Gary comenzó su errancia musical por una ciudad que, como Cali, ha sabido acoger la música caribeña y neoyorquina, y entronizarla en la cultura popular urbana.
El académico Alejandro Ulloa, autor, entre otros libros, de 'La salsa en Cali' y 'Salsa y nieve', ha sabido explicar este bello encuentro musical, llamado transculturación, entre el Caribe y el Pacífico colombiano.
En los años ochenta, el DJ errante fue el pionero de las tabernas junto con Bembé, La Barola y La Ponceña, introduciendo en la ciudad el tema de las videoaudiciones musicales, que comenzaron con la proyección de diapositivas, hoy completamente extinguidas debido a la revolución tecnológica.
A la taberna no se iba a bailar. Se iba a escuchar buena melodía y a cultivar el espíritu. De aquellos encuentros, donde asistieron músicos que pasaron por la ciudad como Larry Harlow, Papo Lucca y Junior González, y melómanos como Rafael Quintero, Benhur Losada, Édgar Hernán Arce, Claudia Giraldo, René Gómez, Alfredo Caicedo e Isidoro Corkidi, nació el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas, que el próximo año cumple treinta años.
Gary fue el fundador del Encuentro de Melómanos y, en su momento, lo replicó en Nueva York, Puerto Rico y Panamá.
Hoy en día, el DJ errante vive con su perra Chacha chá en la casa que heredó de sus padres. La casa la convirtió en un pequeño museo de la música compuesto por dos grandes colecciones. La colección de 'blues', jazz y música brasileña, que cuenta con 6.000 larga duración, y la recopilación de salsa, con 9.000 títulos discográficos.
El museo Casa Latina está situado a pocas cuadras del parque Alameda, que se ha convertido en un espacio musical donde el paseante se encontrará con El Habanero, Siboney y el Tíbiri Tábara, inolvidables templos de la salsa.
En esta época decembrina, los amantes de la buena música pueden hacer un alto en el camino, tomarse una cerveza y escuchar 'Un día bonito' de Eddie Palmieri. Eso sí, con las necesarias medidas de bioseguridad y absteniéndose de bailar. En tiempos de pandemia, el baile puede ser un asunto contagioso.
En todo caso, estas reflexiones sirven para hoy, cuando se pueden disfrutar estas fiestas con prudencia, sin que se marchite el espíritu, e inclusive para recodar a quienes nos han dejado.
FABIO MARTÍNEZ