Hace ya tiempo, las mujeres pasaron de la histeria a la historia. Nos decía George Duby, ese gran historiador francés, que las mujeres fueron sombras ligeras en la historia. Pues ya no lo somos más, y en este duro y doloroso contexto las mujeres marchan, debaten y proponen. Hoy somos aquellas con las cuales los patriarcas de la política deben aprender a debatir y negociar. Y quizás no solo con las mujeres, ahí está la juventud como un estado permanente de protesta pacífica, una juventud siempre invisibilizada y, sin embargo, objeto de una brutal represión cuando están ejerciendo su legítimo derecho a la movilización. Su grito: “Nada tengo, ni siquiera futuro, nada pierdo si me tomo la calle, aun en pandemia” tiene una resonancia fuerte y afanosa.
Hoy, esta juventud, de la mano de las mujeres, hace parte de la historia y es urgente hablar con ellos y con ellas. Porque lo que necesita el país son propuestas novedosas, propuestas inaugurales que bien podrían generar soluciones menos costosas que muchos discursos de los políticos tradicionales.
Por esto, las mujeres acompañamos la movilización social reafirmando principios de civilidad, de autonomía, de libertad, de equidad y de justicia, pero sin que nos cueste la vida. Sin que a nadie le cueste la vida. Sin odio y sin rabia, dos emociones que impiden escuchar con empatía y de manera propositiva.
El cuidado de la vida ha sido un eje de nuestras maneras de habitar el mundo y, en general, lo hemos hecho sin que esto signifique el silencio, el encierro doméstico o ese anacrónico sentido de una maternidad cuidadora por instinto. Hoy, y frente a la vida, nos embarga una ética de la indignación, una indignación más que justificada.
En las cifras de la pobreza, ellas han llevado la peor parte. Daré un solo ejemplo entre muchos que podría citar: por cuatro hombres que consiguen un empleo hoy, solo una mujer lo consigue, sin olvidar, además, que desde antes de la pandemia el desempleo de las mujeres era el doble del de los hombres y que 42 % de ellas son jefas de hogar.
Es tiempo de poner la agenda feminista en el centro del debate político, como nos lo han hecho saber muchas mujeres en la Convención Nacional Feminista. Hoy, las mujeres convocan y proponen un nuevo pacto por la vida.
También nos queda mucho por hilar sobre el papel de los medios de comunicación que reproducen los estereotipos de género más fuertes y peligrosos: mientras las mujeres lloran la muerte de sus hijos, son los hombres los que toman la palabra. Hacemos un llamado a los medios para que propongan otro tipo de narrativas incluyentes que aporten a esta lucha secular.
La pandemia vació las calles e impuso el silencio, un silencio sepulcral, ciudades muertas, un país paralizado. La movilización volvió a llenar las ciudades de vida, despertó las avenidas con el canto y las voces de la protesta; la ciudad respira de nuevo, y esta vida nueva nos pertenece.
Y yo, en el momento de escribir esto, no logro olvidar que mientras estas movilizaciones son una coyuntura urbana, muchas mujeres colombianas llevan toda una vida sintiendo el miedo, la búsqueda diaria de la comida, este taponamiento del camino o de la carretera, un difícil a la salud, una cercanía a una nueva masacre y el corazón roto porque el hijo o la hija no ha llegado a casa. No lo olvidemos.
Florence Thomas
Coordinadora del Grupo Mujer y Sociedad