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Decembritis y familitis

A veces, bastantes veces, diciembre es una verdadera pesadilla. Un mes de soledades, de tristeza.

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Sí, tal cual una apendicitis o una amigdalitis, asistimos cada año en esta época a una verdadera “inflamación” del mes de diciembre y de la familia. Flota en el aire como una obligación de ser feliz y yo no puedo dejar de pensar en todos y todas para quienes no hay ninguna razón de estar alegre o de ser feliz, incluso con pesebre, novenas, natilla, buñuelos, pavo y familia.
(También le puede interesar: Tomarse un café)
Y con esta introducción van a pensar enseguida que, claro, feminista amargada tenía que ser, nunca satisfecha, incapaz de alegrarse por la Navidad y las felicidades sencillas, (les bonheurs simples). Falso, por supuesto que reconozco que esto existe también. Yo misma, cuando chiquita, he vivido en familia navidades felices y bonheurs simples.
No obstante, tenemos que reconocer que, como lo han expresado decenas de autores, hombres y hoy también mujeres, filósofos, filósofas y cineastas, la familia también es a menudo la fuente de nuestros males, de enfermedades, y a veces también de nuestros odios. “Familia, la odio” decía Jean-Paul Sartre.
Además, y ya es un hecho sociológico, la familia hoy no se puede definir como cuando yo tenía 10 años, o incluso cuando iniciaba mis estudios de psicología. La Navidad de hoy desconoce brutalmente las numerosas definiciones contemporáneas de ese concepto en movimiento.
Quizás falte politizar un poco este mes de diciembre y su Navidad; observar cómo, en el candor navideño, nos volvemos títeres de un consumo desbordado.
La familia hoy es una mujer sola con sus dos hijos, un hombre gay con su compañero, dos mujeres juntas que decidieron no ser madres, las y los que tienen padres o hermanos y hermanas lejos, las que acaban de separarse, la mujer trans que la familia no quiere ni ver ni recibir y, en fin, los miles y miles de soledades que hacen que diciembre nos haga sudar frío y sentir cansadas, sin ignorar hoy los millones de familias en guerra.
Cómo olvidar la Navidad en Ucrania o en los tantos países en conflicto. Porque en estos tiempos de redes sociales y tecnologías de comunicación, es casi imposible extraerse del mundo, ese mundo revuelto que entra diariamente en nuestra casa, que se mete en nuestra alcoba, que no nos deja tranquilos, tranquilas, ni un minuto.
Sí, a veces, bastantes veces, diciembre es una verdadera pesadilla. Un mes de soledades, de tristezas, un mes de un dar y recibir a veces sin sentido cuando nos vemos inscritos en obligaciones con personas con las cuales no hubiéramos querido forzosamente relacionarnos y que nos meten en ese huracán de la economía y de los falsos afectos en esa agitación comercial, esta desproporcionada fiesta de la abundancia.
No, no es que esté amargada, estoy triste, que es muy distinto, y además sé también que la soledad puede ser una fiesta. Dos amigas, tres amigas, tres amigos, tres soledades juntas, una buena tabla de quesos, un buen pan y un buen vino ya se convierten en un bonheur simple y, aun con algo de nostalgia, pueden representar también el espíritu de la Navidad.
Quizás falte politizar un poco este mes de diciembre y su Navidad; observar cómo, en el candor navideño, nos volvemos títeres de un consumo desbordado y de obligaciones a veces sin sentido.
Les deseo a todas y todos un buen año 2024. Seguiré atenta a los avances (y a los siempre posibles retrocesos) de las luchas de las mujeres por una ciudadanía cada vez más firme.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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