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Tiempos de lectura

La última novela de Haruki Murakami, una historia que me hizo voltear las páginas con avidez.

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Días lentos en una ciudad de repente más habitable y soleada. Mañanas de luz limpia, atardeceres que colorean los cerros de un rosado anaranjado que siempre me recuerdan el otoño de mi infancia en otras tierras y, al mismo tiempo, me remueven este extraño sentimiento de sentirme bogotana de tiempo completo. Son entonces, para mí, tiempos de lectura.
Acabo de terminar la última novela de Haruki Murakami, La muerte del comendador, una historia que me hizo voltear las páginas con avidez, como lo hago a veces con un buen relato policíaco. Un libro que nos ubica en un juego entre lo real y lo fantástico, pues, como lo dice uno de sus críticos, “puede que no exista nada de lo que nos cuenta, pero si lo escribe Murakami, parecería que sí”.
En fin, pasé algunos días (son unas 600 páginas) en compañía del comendador, esperando desde ya el segundo volumen, prometido para el 2019. Pero, como nunca leo un solo libro al mismo tiempo –hay horas de lectura distintas para libros distintos–, acompañé el Murakami con un cuento de la gran George Sand, que escribió para su nieta un relato titulado Le château de Pictordu, y, casi sin darme cuenta, pasé del español al francés.
Es que a George Sand la tengo que leer en francés. Un cuento encantador que nos reafirma, por si fuera necesario, el talento de esta mujer que tuvo que cambiar a un nombre masculino (su verdadero nombre es Aurore Dupin) para que la publicaran. Y, para quienes no la conocen bien, George Sand publicó múltiples novelas, ensayos y una inmensa correspondencia. Fue también una de las grandes figuras políticas del final del siglo XIX.
Y vuelvo al español y a Colombia con una historia contada en dibujos e historietas de mi amigo Joe Broderick, autor del famoso Camilo, el cura guerrillero, entre muchos otros libros, traducciones, ensayos y biografías. Con De la vida armada a la vida láctea, Joe, con sus monos e historietas humorísticas, nos entrega parte de la historia del país, de los partidos políticos y de varios proyectos comunitarios y de educación popular en los cuales participó. Y quizás me identifiqué tanto con esta increíble versión de Colombia porque Joe, como yo, llegó hace 50 años a Colombia, y los dos conocimos el mismo país. Con su libro, Broderick nos reafirma que este país, que nos acogió y ha cambiado tanto desde nuestra llegada, paradójicamente no ha dejado de hacerse las mismas preguntas sobre las urgencias de siempre, que nunca ha sabido resolver.
Por supuesto, es otra versión de la que nos ofrece Jorge Orlando Melo con su Historia mínima de Colombia, que, por cierto, compré para regalársela a mi nieto Camilo, que estudia Ciencias Políticas en Barranquilla.
Y no podía faltar en mi mesa de noche una historia del feminismo del español Juan Sisinio Pérez Garzón con un prólogo de la feminista Amelia Valcárcel. La he ojeado como se hace a menudo con un libro nuevo, pero no la empecé a leer. Confieso que me he vuelto algo perezosa con los libros académicos, aquellos que me alimentaron durante décadas. Pero, hoy no leo más para aprender, para tomar notas o para preparar clases. Hoy leo para el goce. Hoy leo para soñar vidas. Hoy leo para enterarme de los secretos de la vida. Y, además, tengo mi propia historia del feminismo.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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