“Todo es falso allá: en las cuentas que publican para mostrar que el país es muy rico, colocan en el renglón de las entradas el producto de los hidrocarburos, bananos, oro y platino, los cuales son de (…) los ingleses de Estados Unidos y de Londres” (Fernando González, Revista Antioquia, n.° 12, 1939).
El oro fue codiciado no solo porque confería riqueza y poder sino porque también abría las puertas del cielo. Ahora, pocos creen que abra las puertas del cielo, pero sí las de los bancos y los mercados bursátiles.
El oro se convirtió en dinero, patrón de precios, medio de cambio y de atesoramiento, no solo nacional sino también internacional. Bajo el patrón oro, la moneda era directamente acuñada de mineral o el papel moneda era convertible en oro. Pero el oro, como moneda, tiene varios problemas, y uno de ellos es que su oferta es inelástica porque depende del descubrimiento de minas, lo que se convierte en una restricción para el crecimiento de la economía.
Bajo el patrón monetario moderno de papel moneda –dinero fiduciario, de curso forzoso– no convertible en oro y que no tiene ningún valor intrínseco, excepto el costo del papel, que es insignificante, ningún país necesita la existencia de oro para emitir su moneda, como expresión de la soberanía nacional, y mantener así una oferta monetaria elástica que prevenga las deflaciones y las crisis.
Pero, si no es necesario sacar oro para emitir dinero, debido a la ‘alquimia’ de los bancos centrales, entonces para qué abrir huecos
El flujo de la riqueza nacional, bienes y servicios, aumenta con la inversión, que a su vez depende de la disponibilidad de financiación. En una economía monetaria moderna no se necesita de un ahorro previo para invertir (Keynes) ni tampoco para tener un depósito bancario para extender un crédito. No. Los bancos crean dinero a través del crédito que crea los depósitos.
En la crisis del 30, cuando los inversionistas no invertían y los consumidores no consumían, el Gobierno, según Keynes, debía proceder a estimular la demanda a través de la inversión en bienes públicos y en subvenciones al consumo, de tal manera que una mayor demanda estimulara la producción y el empleo.
Incluso, Keynes, en la Teoría General (1936), llegó a recomendar que se podría introducir billetes de banco en botellas y sembrarlas en los jardines de la ciudad para que los londinenses las buscaran, con tal de que se superaran los escrúpulos de regalar el dinero sin hacer nada, y así estimular la demanda, disminuir el desempleo y aumentar la producción. Una medida de QE (flexibilidad cuantitativa) para el pueblo, en lenguaje moderno, como la propuesta de
Jeremy Corbyn en G. Bretaña, en la pasada recesión.
¿Qué es abrir hoyos en el suelo para sacar oro? Lo mismo que poner billetes de banco en botellas: “La extracción de oro es el único pretexto para abrir hoyos en el suelo que se ha recomendado por sí mismo a los banqueros como finanzas solidas (...) La práctica de abrir hoyos en el suelo, conocida como explotación de minas de oro (...), es la más aceptable de todas las soluciones”, pero no la de “sembrar botellas con billetes adentro”.
¿Qué quiere decir Keynes? Que el Estado no está restringido por los impuestos, que puede incurrir en déficit fiscal sin préstamos privados o externos, y el déficit se paga a sí mismo creando más empleos y una base tributaria mayor.
Pero, si no es necesario sacar oro para emitir dinero, debido a la ‘alquimia’ de los bancos centrales, entonces para qué abrir huecos, cuando hacer minería no solo es costoso, en términos de recursos materiales (generalmente importados) y humanos, sino que también los costos ambientales son enormes, entre ellos el envenenamiento de las fuentes de agua y la disminución del agua disponible para la vida de la población, como ha afirmado la novel ministra de
Ciencia y Tecnología. Por lo tanto, si hay que escoger entre agua y oro, no hay duda al escoger la opción del agua. Además, el oro –a diferencia de otros minerales– no tiene casi utilidad social, en usos productivos, energéticos, constructivos, etc.
Sin embargo, el futuro de los colombianos está encadenado al extractivismo de la gran minería, cuyas ganancias se van a Toronto, Johannesburgo o Nueva York, y el oro a las bóvedas de los bancos, mientras en Colombia quedan unas pingües regalías que se descuentan de los impuestos, bastante pobres, y unos puestos de trabajo que serán transitorios mientras la explotación sea rentable, y que no compensan el inmenso daño ambiental. En La Guajira se “robaron” un río, entre las carboneras y los grandes cultivos agroindustriales, mientras la población muere de sed (
Semana.com).
Solo un pueblo que no tenga otras formas de vida y de producción, y un gobierno irresponsable con sus obligaciones, puede escoger el oro, como sucede con la población minera en Indonesia: "No me preocupa el mercurio (…). Lo bebí. Se lo dimos a las vacas y los búfalos. Se lo bebieron. No pasó nada. No hay problema” (
NYTimes).
Al final del túnel, cuando el recurso mineral se agote, ¿qué queda? Las aguas envenenadas y una población sedienta. Sin embargo, todavía tenemos que luchar por “una segunda oportunidad sobre la tierra” (G. Márquez): Primero la gente.