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¿Por qué Corea del Sur sí pudo?

El mercado por sí solo no hace el milagro del desarrollo, es necesaria una clase dirigente capaz.

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El desempeño económico de Corea del Sur en las seis últimas décadas, después de dividirse la península coreana en dos países, ha sido extraordinario, transformando un país agrícola en uno industrial de primera línea. Colombia y gran parte de los países latinoamericanos estaban por encima de Corea, en términos de ingreso per cápita en los años 60, y ahora están muy por debajo, y con economías completamente distintas, dependientes de las exportaciones primarias, agrícolas y minero-energéticas, aunque tenían un nivel industrial mayor que Corea.
¿Por qué Corea se industrializó? La explicación neoclásica convencional es que dejó actuar los mecanismos de mercado, con un Estado que no obstante ser intervencionista no lo alteró, además de orientarse hacia las exportaciones. Esta versión realmente no ahonda en el proceso histórico que predispuso que no solo creciera, a tasas hasta entonces sin precedentes, sino que finalmente sus habitantes pudieran recibir los beneficios del desarrollo en bienestar e ingresos, aunque el régimen político ha sido menos que democrático.
La tesis de Atul Kholi, profesor de la Universidad de Princeton, es que el éxito coreano está ligado a la experiencia del pasado colonial con Japón, que ocupó a Corea entre 1910 y 1945. (Ver: Christoph Buccheim, ‘¿Qué causa el éxito del desarrollo tardío?’)
Antes de anexar Japón a Corea en 1910, el control directo lo ejercía una poderosa clase terrateniente, llamada Yangban, “que usaba su poder para obtener privilegios y riquezas, de un rey muy débil, a expensas de los campesinos”.
Después de 1910, lo primero que los japoneses hicieron “bajo circunstancias autoritarias muy duras fue construir un Estado altamente burocratizado y profundamente penetrante. El poder istrativo incontrolado del Yangban fue eliminado y, en cambio, se estableció un servicio civil bien entrenado. Originalmente, estaba formado principalmente por japoneses, pero más tarde también por muchos coreanos. El sistema istrativo japonés, inspirado en el modelo prusiano, fue trasplantado a Corea”.
La participación de los japoneses en el aparato del Estado fue muy numerosa, cerca de 50.000 funcionarios, comparados con los 3.000 que tuvo Francia en Indochina, de tamaño similar a Corea, y mucho menos que los funcionarios británicos en India.
La medidas modernizadoras fueron variadas y muy profundas: “Entre ellas se encontraba una extensa encuesta catastral para mapear la propiedad y calidad de todas las parcelas de tierra; grandes inversiones del Estado en mejoramiento de terrenos e infraestructura, y una expansión masiva de la educación primaria”.
Aunque los objetivos japoneses eran maximizar las rentas extraídas a la economía coreana y japonizar a Corea, enseñando japonés en las escuelas, los efectos fueron tan importantes que Corea entró a la posguerra con cambios estructurales en su sociedad y economía: “Un Estado fuerte con un eficiente servicio civil coreano, unos derechos de propiedad seguros, un sector agrícola productivo, una buena infraestructura y un alto índice de matrícula escolar”.
De otro lado, el poder del Yangban fue aniquilado, con el patrocinio de “las fuerzas militares estadounidenses. Las enormes posesiones de tierras japonesas fueron redistribuidas a los campesinos, y la antigua clase terrateniente coreana no pudo recuperar el poder. Un Estado surcoreano potencialmente fuerte y la capacidad social que lo acompañaba estaban asegurados para el futuro”.
Este Estado fuerte se convirtió en uno desarrollista a partir de 1961, bajo el régimen autoritario del general Park Chung Hee, quien en gran medida diseñó el proceso de rápido crecimiento y convergencia económica, de manera deliberada, “obteniendo precios relativos equivocados” (Alice Amsden). Es decir, sin el libre funcionamiento del mercado.
La política de industrialización fue por varias décadas de sustitución de importaciones (que se puso en práctica en Latinoamérica por Cepal), “con financiamientos preferenciales y el a las reservas de divisas internacionales por parte de las industrias seleccionadas, reservando al mismo tiempo los mercados nacionales para sus productos. En este sentido, el Estado permitió a las empresas privadas asumir los riesgos de superar la enorme brecha tecnológica con inversiones masivas de capital, al mismo tiempo que recibía los efectos del aprender-haciendo en aumentos de productividad”.
La industrialización sustitutiva coreana fue exitosa y luego “pudo dedicarse a actividades de exportación rentables. Sin embargo, una condición previa indispensable para este éxito fue la existencia de un Estado fuerte con el poder de supervisar estrechamente y, en caso necesario, sancionar a las empresas que recibían un trato preferencial. De esta manera, las oportunidades de capturar rentas, que inevitablemente vienen con una estrategia de sustitución de importaciones y que de otro modo podrían haber dañado todo el esfuerzo, fueron limitadas, a diferencia de la experiencia latinoamericanita”.
En conclusión, la magia del mercado por sí sola no hace el milagro del desarrollo, es necesario tener una clase dirigente capaz, y Colombia, con raras excepciones (y algunos destellos episódicos), no la tuvo. Las nuevas generaciones tienen un reto por delante. ¡Qué fracaso ha sido la clase directora colombiana!” (Fernando González Ochoa, Otraparte-Envigado)
GUILLERMO MAYA

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