El asesinato de Junior Jein fue un choque emocional. No era un especialista en su música, mi conocimiento se limitaba a poco más de una decena de canciones y a varias entrevistas. Pero lo poco que conocía de él fue suficiente para utilizar varios de sus videos musicales en mis clases.
Los utilizaba para explicar los distintos tipos de discursos de resistencia y dominación que propone el antropólogo James Scott. Según Scott, los dominados adoptan un discurso público que es halagador de las élites como mecanismo para obtener concesiones. Si las élites son tan buenas y legítimas como dicen no hay excusa para que no sean condescendientes. Por supuesto, este discurso esconde los resentimientos que hay en todas las sociedades y que, aunque tiende a mantenerse oculto, circula entre quienes comparten un sentimiento de indignación moral.
El discurso oculto eventualmente puede dar lugar a otros dos tipos de discursos. Por un lado, puede surgir un discurso de doble sentido que utiliza un lenguaje satírico solo comprensible por los dominados. De ese modo deja de ser oculto y se convierte en un discurso público que en principio solo entienden los dominados y que, cuando lo comprenden las élites, prefieren hacer caso omiso de él para no darse por aludidos. Por otro lado, el resentimiento puede llegar a niveles de indignación tan altos que el discurso se hace explícito. Todos los sentimientos de injusticia y de ilegitimidad de las élites son expuestos abiertamente a pesar de las potenciales retaliaciones.
Para mi sorpresa, en medio de la conmoción que causó el asesinato de Jein, la faceta narco de su trabajo fue deliberadamente omitida.
Lo interesante del trabajo de Junior Jein es que atraviesa por todos los espectros de los discursos de Scott. Luego de que su carrera musical despegara con canciones que celebraban los ritmos del pacífico, Jein comenzó a lanzar canciones de género urbano como Somos diferentes con claros reclamos frente al racismo, la violencia, el abandono del Estado y la incomprensión de la industria musical. Era, en todo caso, un discurso halagador que reclamaba atención, recursos y comprensión en los términos de un lenguaje de élites progresistas. Es decir, de unas élites que celebran la protesta siempre y cuando sea bajo los principios de un desarrollo sostenible, autóctono, diverso, feminista, ecológico, etc., funcionales a sus aspiraciones de superioridad moral.
Pero un día cualquiera escuché Niche panda, una canción diametralmente opuesta a Somos diferentes, en que se asume como un narcotraficante del Pacífico que cuenta los aspectos propios de esa vida: corrupción, pago a guerrillas y paramilitares, ejércitos propios, dinero en abundancia y la opulencia. Aun así, Niche panda daba para interpretaciones ambiguas, un discurso de doble sentido que podía ser crítico del narcotráfico o una celebración.
Con Así vivo yo y Como mexicano se zanjaron las dudas. Jein tomó la voz de las nuevas generaciones del Pacífico que se vincularon al narco y a la guerra como patrones, ya no como subordinados. Se convirtió en una fuente de enseñanza moral sobre cómo deben comportarse. La opulencia que deben evitar, la necesidad del ahorro, el cumplimiento y el trabajo duro necesario para sobrevivir y triunfar, el acuerdo con las autoridades para no ser capturados, etc. El discurso de bandidos en rebeldía se hizo explícito. Tuve entonces un buen ejemplo para mostrar en clase los discursos de los dominados de Scott.
Para mi sorpresa, en medio de la conmoción que causó el asesinato de Jein, la faceta narco de su trabajo fue deliberadamente omitida. Las élites mediáticas hablaron solo de su música cuando fue una protesta aceptable. Dejaron de lado el impresionante relato que Jein hizo de una realidad en la que vive todavía una parte de Colombia, donde la guerra y el narcotráfico, a pesar de toda su crueldad, son el principal medio de realización de la juventud.
Gustavo Duncan