Al presidente Petro no le va nada bien en las encuestas de favorabilidad. Según Invamer, su aprobación apenas marca un 26 % y el 76 % de los colombianos tienen la sensación de que las cosas van empeorando.
Ahora bien, las cifras de Petro no son particularmente mediocres. En su momento Duque y Santos, en las series de la misma encuesta de Invamer, tuvieron porcentajes peores de favorabilidad y de pesimismo sobre la situación del país. Se puede gobernar sin ser popular. Santos logró sacar el acuerdo de paz con las Farc pese a una desaprobación por encima del 60 % y la pérdida de un plebiscito. Sin embargo, no se puede gobernar como Petro quisiera gobernar con esos niveles de impopularidad.
Desde los debates en las pasadas elecciones, Petro anunció que si el Congreso no aprobaba sus propuestas de cambio social iba a apelar a las calles para convertirlas en leyes. Esa tónica no ha cambiado. Tan pronto rompió la coalición con el establecimiento político y la tecnocracia de izquierda recurrió a la movilización popular como medio de presión para adelantar su agenda de reformas. En junio, durante una manifestación en la plaza de Bolívar, pidió el respaldo popular ante la negativa a sus reformas en el Congreso. Le dijo a la gente: “Pero ustedes no nos dejen solos. Acompañen, luchen. Llegó el momento de juntarnos”.
Sin cambios en la gestión no hay motivos para que la caída de la economía se revierta, se prevenga la crisis del sistema de salud y el proceso de paz total avance.
El asunto es que para Petro es más importante una agenda de transformación de país, de sus instituciones políticas, económicas y sociales, que una agenda de gobierno. Sin respaldo popular se pueden cambiar cosas a través de transacciones con los partidos en el Congreso y, sobre todo, de la implementación de mejoras en las políticas y la istración pública. Pero muy difícilmente se pueden realizar grandes transformaciones institucionales.
Las limitaciones ya se notan. La reforma de la salud es importante en sí por los cambios que implica en el sector, pero también es importante porque midió el aceite del poder político del actual gobierno. Demostró que ante la falta de mayorías en el Congreso por el rechazo de la dirigencia de los partidos, el presidente Petro no pudo apelar a una movilización popular para impulsar un proyecto de transformación institucional. La primera de las reformas le ha quedado grande y, así la logre sacar adelante a partir de negociaciones al menudeo con la oposición en el Senado, su margen de maniobra va a quedar muy reducido para adelantar suficientes reformas, de modo que su paso por la presidencia efectivamente marque una transformación social del país.
La cruda realidad para Petro hoy es que no tiene pueblo. Su principal recurso para convertirse en un transformador social que pase a la historia es la capacidad de negociación con profesionales de la política que se pasan por la faja la dirección de los partidos. Con esa gasolina no se llega muy lejos, a lo sumo a dos o tres reformas con resultados inciertos en la gestión pública y con muchos riesgos de orangutanes.
El panorama ofrece dos opciones. Petro puede obstinarse en su papel de populista que reivindica a los oprimidos ante los opresores de las oligarquías y mafias (en sus propias palabras, no las mías) sin disponer del músculo del pueblo para hacerlo. O puede optar por una salida más sensata: rearma la coalición para adelantar reformas sociales más coherentes con los recursos existentes y recompone su equipo para mejorar la gestión pública del Gobierno.
De hecho, si opta por la primera opción, que es lo más probable, la sensación de deterioro de la situación va a incrementarse. Sin cambios en la gestión no hay motivos para que la caída de la economía se revierta, se prevenga la crisis del sistema de salud y el proceso de paz total avance.
Y si algo causa la sensación de deterioro es la caída libre de la popularidad del Presidente.
GUSTAVO DUNCAN