El impacto que ha tenido el video de la entrevista en que Juan Diego Alvira le dice a Claudia López que no pelee tanto, que no hable como si estuviera peleando, y ella le pide no aplicarle “condescendencias machistas”, puede tener varias lecturas: el morbo ligado a internet, las pasiones políticas que rodean la campaña por la alcaldía de Bogotá o el interés genuino que pudo haber despertado el episodio.
Si en alguna medida el número de reproducciones del segmento ‘Al tablero’ con Alvira (periodista juicioso) tiene que ver con esta última explicación, es una buena señal. Y lo es porque, aunque los términos de la discusión entre colombianos no sean aún los más formados, es valioso que sea noticia el que una mujer manifieste su molestia por el uso de un lenguaje con el que no está conforme.
Este es un país machista, en el que ha hecho carrera tratar de bravas y furiosas a las mujeres que exhiben temple. El origen de esta fatal tradición de superioridad masculina no es patrimonio exclusivo de Colombia, pero, para no convertir esto en un recorrido por la historia de la humanidad, habrá que decir algo que a muchos puede mortificar: aquí el machismo comienza en casa. Y lo alienta la manera como educamos a nuestros hijos.
Señalamos automáticamente a los padres, comprometidos con apuntalar unos conceptos de lo que supuestamente es la masculinidad. Error. La responsabilidad es compartida. Aunque entendiendo que también pesa sobre ellas la fuerza del machismo, las madres, como los padres, sucumben. Fallamos todos en no enseñarles a nuestros hijos cómo desmarcarse del prejuicio.
Al mirarlo desde una perspectiva de intereses políticos, han apuntado que si fuera hombre nadie le diría brava a Claudia López, y esa es una verdad con asterisco. O revisen lo que se afirma de personajes como Vargas, Lara, Uribe o Petro, quienes no han podido escapar a la gravedad que ejercen sus poco gentiles arrebatos. itamos, eso sí, que a la mujer se le suele decir en la cara que es malgeniada, mientras que del hombre se comenta, por lo general, cuando no se lo tiene frente a frente.
La gente tiene derecho a pensar o decir que un hombre o una mujer son de mal carácter. Y a quien recibe el comentario, en este caso concreto la mujer, le asiste a su vez el derecho de vuelta: expresar su molestia, sobre todo si considera que el señalamiento se le hace exclusivamente por su género.
Fallamos todos en no enseñarles a nuestros hijos cómo desmarcarse del prejuicio
Personas como López tienen que ser entendidas en un mínimo contexto. ¿Sabe alguien cuántas veces en la semana previa a la entrevista le dijeron, o leyó en redes, que era malhumorada y en qué términos se lo plantearon? ¿Cuánto le duraría a usted la afabilidad si a todas horas escuchara ‘cálmese, tranquilo, no se enoje, no se emberraque’?
López es una persona de posiciones, de ideas valiosas y, también, de temperamento fuerte. Si no gusta su manera de ser y si se cree que eso incidirá negativamente en la manera como istre lo público, es respetable. Pero pensemos si no será que le estamos aplicando la crítica con más fuerza porque es mujer y si no actuaríamos de otra manera si se tratara de un hombre.
Dejo sobre la mesa palabras de Adolfo Zableh, que hace valiosos esfuerzos por escapar al mundo machista que nos educó: “Convivir con el feminismo es duro todavía, y no todos podemos en un día pasar de andar en mula a hablar de identidad sexual no binaria”.
En broma, suelo referirme como ‘la fiera’ a mi esposa. No lo haré más, por los mismos motivos: por cariño y por respeto.
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Grima. En el canal de opinión y análisis @lasigualadas aseguran que Gustavo Petro “es machista, así diga lo contrario” y que fue evidente cuando apoyó a Hollman Morris. ¿Usted qué cree?
GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA