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Test de etología política

El test propuesto puede aplicarse con facilidad a los políticos del presente y del pasado.

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Este espacio promueve la reflexión, en conjunto, sobre las complejas experiencias humanas en el tiempo, la comprensión crítica de nuestro presente y el fomento decidido de la imaginación histórica.
Hay datos que dan pistas sobre personajes relevantes y, por esa vía, hacen inteligible la actualidad o la historia. Resulta muy útil, por ejemplo, saber dónde nació y a qué familia pertenece fulano, qué y dónde estudió, en qué partidos ha militado, con quién se casó, cuáles son sus amigos y sus bienes de fortuna, etc. Al conjugar estas variables se pisa, por lo general, terreno firme y puede llegar a comprenderse la orientación de una acción política y los intereses que la condicionan.
La historia ofrece claves tan interesantes como las que libra la sociología si nos preguntamos, por poner el caso, de qué manera han interactuado los intereses regionales en la república y cómo se manifiestan de ordinario, cuál ha sido la trayectoria de este o aquel partido, cómo se han comportado en el pasado determinados grupos sociales (industriales, militares, clases medias…), etc.
Sin embargo, así como existen estos elaborados métodos de investigación, ciertos test pueden guiarnos con prontitud y buenos resultados a través de las oscuras densidades de la disimulación o la propaganda. Propósitos o gestos nimios en apariencia, reacciones características y tomas de posición inevitables funcionan como indicios certeros e ilustran a la perfección aquel refrán según el cual ‘en lo poco se ve lo mucho’. Recuerdo a ese propósito que un eminente abogado antioqueño inventó en 2003 un aparato (el patómetro o medidor de pasiones o emociones –pathos–) que permitía captar a través de las inflexiones del discurso los resortes no siempre evidentes de la acción política. Hoy quisiera proponer una de esas pruebas instantáneas, de bajo costo (no hay que elaborar tablas complejas ni revolcar archivos) y alta sensibilidad, como las de embarazo que se venden en cualquier farmacia.
Al pasearse por el campo se entiende que los perros reaccionan ante los transeúntes de maneras diversas y contrastadas. Sin embargo, de acuerdo con su comportamiento, todos ellos pueden distribuirse en un sencillo esquema de cinco casillas: a) indiferente, b) ladrador, c) amigable, d) faldero atrevido y e) matón. El primero es el que sigue tomando el sol sobre el asfalto como si estuviera muerto (o permanece en su casa porque llueve, y para qué mojarse). El segundo hace mucha bulla y hasta pela el diente, pero no es peligroso, porque su intención es más cumplir con un ceremonial que atacar. El tercero mueve la cola y saluda hospitalario a propios y extraños. El cuarto se esfuerza por parecer lobo y sus ladridos y carreras se prestan más a risa que a espanto. El quinto no se adivina ni avisa, pero acecha siempre y pareciera que su vida consiste en sumar agresiones y víctimas.
Esta tabla clasificatoria puede aplicarse con facilidad a los políticos del presente y del pasado, aunque podría objetarse que ellos, como todo mortal, reaccionan de manera inconstante frente a las vicisitudes, así que, en realidad, todos son más bien una mezcla inestable de los cinco tipos arriba descritos. La observación es justa: algunos hombres o mujeres de Estado que encajan por lo general en la última categoría pueden quedarse dormidos y ser arrollados por un camión. Por el contrario, ciertos mandatarios de la primera clase reaccionan en ocasiones muy violentamente al sentirse atacados. Con todo, en muchos casos es lícito hablar de conductas reiterativas y, por tanto, de rasgos dominantes.
En cualquier caso, el test propuesto permite caracterizar una personalidad política, ya sea comprendiéndola a través de la totalidad de su trayectoria o en el caso concreto de una coyuntura o de una fase de su vida pública. Veamos la aplicación del dispositivo indistintamente en ambos casos. El perro flemático (a) ha sido encarnado en nuestra historia por Julio César Turbay o Ernesto Samper, mandatarios adeptos a la mimetización y a la economía de energía (lo que no significa que carecieran de dientes). Entre las víctimas famosas del sueño indiscreto se cuentan el virrey Antonio Amar en 1810, José María Obando en 1854, Rafael Núñez después de 1885 o Alfonso López durante su segundo mandato. El guardián escandaloso (b) es el más abundante en la escena pública colombiana: al fin y al cabo una larga carrera política y el amor mismo por las negociaciones y las componendas no congenian con la pasión irracional (los animales de veras bravos viven encerrados o duran poco, porque concitan el odio del vecindario).
Los perros benevolentes (c), que mueven la cola y bajan las orejas, solícitos, tampoco son raros. Pueden subdividirse en dos grupos: los solapados y los sinceros enemigos del sectarismo (como Carlos Eugenio Restrepo; Manuel Murillo Toro, durante su primer gobierno, y Virgilio Barco, que buscaron con asumida candidez cambiar las costumbres políticas de su tiempo). En el conjunto de los caniches furiosos (d) se destacan Tomás Cipriano de Mosquera y Laureano Gómez, por citar dos seres de muchos aspavientos que terminaron desalojados del poder con pasmosa facilidad. Hemos tenido en el pasado algunos pitbulls (e), como Pablo Morillo, pero han sido una rareza en nuestro país. Aunque, pensándolo bien, habría que decir más bien que los brutos han escaseado en las altas esferas, pululando en la política local.
Como soy historiador y no politólogo he procurado limitarme al pasado distante, pero eso no significa que los lectores deban privarse de imaginar en qué casillas del esquema puede ubicarse a Iván Duque, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Sergio Fajardo, Claudia López, Gustavo Petro, etc.
Daniel Gutiérrez Ardila
Docente-investigador de la Universidad Externado de Colombia

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