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Está pintado Néstor Humberto

Un acuerdo nacional, de verdad, hombre, Néstor Humberto, ¿es un acuerdo entre Santos y Uribe?

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Pensaba abstenerme de comentar el libro de Néstor Humberto Martínez, ya que mi especialidad no es la crítica de obras de ficción. Y esta lo es, al menos en cuanto a la fase de la negociación, ya que el autor carece de información directa. En efecto, solo vino a aparecer al final, y casi siempre a través de exageraciones y distorsiones.
Pero cambié de idea ante una aseveración truculenta, teñida de mala fe, que consignó en la pasada entrevista que le dio a María Isabel Rueda.
A partir de la página 45 de mi libro ‘Revelaciones al final de una guerra’ describo los objetivos estratégicos de las Farc. Óigase bien, de las Farc, no del Gobierno. Allí escribí que “el horizonte incluía la implantación de una forma de socialismo en Colombia”, refiriéndome a las ideas políticas de las Farc. De manera maliciosa, Martínez trae a cuento este hecho como si se tratara de una idea mía. Me da pena decir que no está exenta de culpa de este atropello la periodista. La pregunta es una inducción deliberada para que el entrevistado se solazara en el ataque personal. Y agrega Néstor que yo tenía en mente darles beneficios ilegales a las Farc, lo cual es una verdadera injuria.
Más allá del artificio de baja calaña, el hecho es que la base de la negociación no era lograr que las Farc abandonaran sus ideas sino sus armas, para que, en democracia, los colombinos pasáramos la página de la violencia de manera que nadie arriesgara su vida por profesar sus creencias políticas. El truco de Néstor Humberto denuncia que, en el fondo, él practica la convicción de que el terreno de la política solo debe estar a la orden de quienes piensan como él. O sea que su concepción de democracia incluye la prohibición de las ideas de izquierda. Vuelve el agua al molino, con las consecuencias que sabemos.
Podría dar por terminada mi intervención en este asunto. Pero hay un aspecto también muy llamativo. Señala el autor que yo tengo la responsabilidad histórica de haber impedido un acuerdo nacional cuando aconsejé al Presidente que cerráramos la negociación sin más dilaciones. Lo hice porque en ese momento era claro que las Farc no aceptarían las pretensiones del ‘No’ dirigidas a enviar a la cárcel a los excombatientes e impedir su participación en política. El asunto aquí no es la legitimidad de esa forma de pensar. Muchos colombianos la comparten. Pero la disyuntiva no era esa. Lo que estaba en juego era la viabilidad de un acuerdo. Y, claro está, sin que me lo tenga que indicar, asumo esa responsabilidad. Y tengo la convicción de que en una mirada larga, esa era la decisión que convenía. Y la urgencia de tomarla se basaba en el hecho ya angustioso de la impaciencia de los colombianos. De paso, Martínez descubre el agua tibia para ponerse él como centro de gravedad del acontecer nacional. Resulta que con los voceros del ‘No’ hablamos decenas de horas. Sesenta reuniones. Yo mismo lo hice con el expresidente Uribe. De manera artificiosa, el autor copia la marrulla de la entrevistadora, ya de vieja data, para hacer creer que mi interés era electoral. Lo niego rotundamente.
Pero este nuevo episodio pinta de pies a cabeza al exfiscal: ¿qué entiende él por un acuerdo nacional? Se trataba de una negociación con una guerrilla que finalmente dejó las armas. Un acuerdo nacional, de verdad, hombre, Néstor Humberto, ¿es un acuerdo Santos/Uribe? O sea, ¿un acuerdo dejando de lado a las Farc? ¿Y para qué sirve ese tipo de acuerdo si el precio es el regreso a la guerra? Pero allí está retratado el autor de cuerpo entero: para él, así como para parte de la élite en la que él se ha enquistado, la nación es el canapé republicano, los acuerdos entre dirigentes, dejando de lado la multifacética nación de la vida real. Esa es la tragedia de Colombia, querido amigo, la que tú prefieres prolongar con tal de que no se toque una fibra de uno de los regímenes más inequitativos del mundo.
No es propiamente una muestra de gallardía atacar al subalterno, que es quien esto escribe, como si mi consejo hubiese sido una especie de rebasamiento de las decisiones presidenciales. Asumo todas las responsabilidades, pero lo hago con lealtad al presidente Santos, quien fue el líder indiscutible. No es para sacar el bulto. Lo que ocurre es que yo, que ni he sido ministro de Santos ni ternado por él a altas dignidades, no pondré a un lado mi lealtad para lograr figuraciones pasajeras.
HUMBERTO DE LA CALLE

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