Trump ganó el voto popular (+52 %) y mayorías en ambas cámaras. Su mandato se centra en tres frentes para alcanzar objetivos MAGA: reducir desbalances comerciales externos, abolir inmigración ilegal y finalizar conflictos en Ucrania y Medio Oriente. Aunque su discurso inaugural había dado señales de moderación, rápidamente ha pasado a utilizar su predilecta arma de amenazas arancelarias de +25 % para Canadá-México y +10 % para China. Y pronto implementaría aranceles sectoriales al aluminio, acero y hasta al cobre, casi de forma indiscriminada.
Trump ha solicitado decididas acciones a Canadá y México en la contención de inmigrantes ilegales y narcotraficantes, declarando a estos últimos organizaciones terroristas. Esta inclusión le ha permitido invocar una fuerza mayor de seguridad nacional y así suspender el TLC-USMECA. Tanto Canadá como México señalaron que adoptarían aranceles retaliatorios, pero están haciendo sus mejores esfuerzos por combatir inmigrantes ilegales y narcotráfico, lo cual ha sido reconocido por Trump y por ello postergó la activación de sobrearanceles.
Pero el daño global ya está hecho. Muchos proyectos de inversión se han frenado ante la incertidumbre arancelaria, siendo notoria la congelación de expansiones de Tesla en México o Apple en China. El propio Musk, ahora asesor de Trump, había señalado tal proyecto como decisivo para poder competirle a China en fabricación de carro eléctricos. ¿Acaso podrán hacerlo operando desde EE. UU.?
La banca de inversión está atareada imaginando la magnitud del daño creado por esta guerra comercial y se corren modelos de simulación basados en “teorías de juegos” no cooperativos. Variables fundamentales son crecimiento, inflación, tasas de interés y desempleo. Por ejemplo, una adopción arancelaria inmediata de +25 % en USMECA, con retaliaciones equivalentes, desaceleraría el crecimiento de Estados Unidos de 2,5 % hacia 1,5 % en 2026, al tiempo que Canadá perdería hasta 2 puntos en crecimiento potencial y México al menos 1 (JPMorgan, ‘Life during trade war’, 3 de feb., 2025).
La banca de inversión está atareada imaginando la magnitud del daño creado por esta guerra comercial y se corren modelos de simulación basados en “teorías de juegos” no cooperativos
En paralelo, la inflación de Estados Unidos se elevaría de la actual trayectoria de 2,6 % hacia 3,5 % en 2026, al tiempo que en Canadá se tendría una inflación adicional de 1,5 % y en México, de 2,5 %. Este rebrote inflacionario, como mínimo, impediría que la Fed pudiera continuar bajando su tasa repo hacia el 4% a lo largo del segundo semestre de este año. De hecho, la reciente pausa en 4,5 % es señal de una pronta reacción alcista en las tasas de interés si la guerra comercial activa dicho rebrote inflacionario. Curiosamente, esta reacción de la Fed sería uno de los factores que podrían detener a Trump en esta insensata guerra arancelaria.
Un drástico freno en la oleada de inmigrantes hacia EE. UU. operaría como otro soporte a corta duración de dicha guerra arancelaria, y así parecen estarlo entendiendo Canadá y México. Pero dicho éxito estaría dejando un mercado laboral más apretado y ejerciendo, por lo tanto, mayores presiones salariales alcistas. Luego la amenaza del rebrote inflacionario en 2025-2026 está allí latente. En el corto plazo, las gestiones de Trump para finalizar los conflictos bélicos en Ucrania y Medio Oriente han reducido la cotización a US$ 75 el barril Brent, generando esperanzas de que el instrumental arancelario no resultaría catastrófico.
Sin embargo, a Colombia la guerra arancelaria global viene a complicarle su maltrecha posición externa de faltantes cercanos a US$ 12.000 millones/año, pues Petro continúa ‘pateando la lonchera’ de las exportaciones minero-energéticas al frenar la exploración y rescindir lucrativas inversiones en ‘fracking’. Y esto sin que se hubieran concretado sobrearanceles a nuestras exportaciones por el impase con los repatriados. Restándonos año y medio de pesadilla petrista, ha llegado el momento de iniciar discusiones sobre estrategia exportadora de Colombia para poder aprovechar nichos de ‘nearshoring’ que el propio México no tendría ya a mano.
SERGIO CLAVIJO