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La guachafita de las Américas

Es lamentable que el presidente López Obrador terminara de valedor de dictadores y asesinos.

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A finales de los noventa y comienzos del 2000, en la última fase de la transición política mexicana, comencé a experimentar iración por Andrés Manuel López Obrador. En parte, porque exhalaba profunda convicción. La de un batallador innato que, como jefe del gobierno del Distrito Federal, se preocupaba de a deveras por los adultos mayores, las madres embarazadas y los más necesitados, al tiempo que reducía el gasto, recortaba salarios de altos funcionarios y controlaba la deuda de la ciudad.
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En buena parte también porque lo tenía de vecino. Mientras rentaba un cuarto de San Alejo en la azotea de un edificio de la calle Medicina, López Obrador vivía a solo dos cuadras, en la calle Odontología del Paseo de las Facultades, uno de los s de la emblemática UNAM en Ciudad de México. Ese hecho refleja precisamente algunos de los rasgos más fascinantes del liderazgo de López Obrador a lo largo de su vida política: su sencillez y austeridad republicana. Un talante que, aunado al de hombre fuerte, lo convierte, para muchos, en un caudillo populista de derechas en busca de restaurar ‘el priismo autoritario’ de los años sesenta y setenta. A pesar de algunos disparates y los hechos muy cuestionables que han involucrado a sus hermanos y su hijo José Ramón, me he resistido a derribar al campeador del pedestal. Además, porque destruimos ídolos con tal velocidad que nos quedamos sin referentes.
Pero cuando López Obrador estaba listo para trascender hacia un liderazgo con pocos precedentes en América Latina, de repente sufrió un trastorno de personalidad múltiple y terminó de valedor y ventrílocuo de los matones y dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela. No es que esté mal algún exceso de retórica o nacionalismo ni el pragmatismo con que México ha sobrellevado su relación con Cuba desde la Revolución de 1959. Lo lamentable es su insistente intento de lavarle la cara al régimen venezolano, como ocurriera con la agenda de las fracasadas negociaciones en México, que apuntaba más a una emboscada a la oposición, y ahora su boicoteo a la más reciente Cumbre de las Américas en Los Ángeles porque no se invitó a dictadores.
Si Estados Unidos no aprieta las clavijas o López Obrador no asume un liderazgo regional constructivo (...) muchos dolores de cabeza podría sufrir la democracia en la región.
Un guion que repiten el argentino Alberto Fernández y varios otros mandatarios y que ya es viejo conocido desde Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales. Una hipocresía que demuestra cómo un amplio sector de la izquierda en América Latina acepta la democracia a regañadientes, pero es profundamente antidemocrática.
O si no, habría que preguntarse cuál sería la amenaza para las libertades de los demócratas y el envalentonamiento de ese corifeo de dictadores y boicoteadores si Rusia hubiera aplastado el heroicismo ucraniano y Estados Unidos y Europa no hubieran salido en su defensa.
Por fortuna, aunque Rusia no va a colapsar, es probable que la guerra en Ucrania termine en un atolladero tan costoso como el de Afganistán o afecte su posición en la política mundial y, por contera, les muestre algunos límites a los dictadores.
Pero las alarmas han saltado y el desafío exigirá mucho más que cierta ingenuidad de la istración Biden. Porque no es que en realidad la influencia de Estados Unidos en América Latina sea sustancialmente menor hoy que en décadas anteriores. Ciertamente hay mayor interdependencia e injerencia de actores globales, pero la permisividad, burocratismo y falta de gestión del Departamento de Estado probablemente hicieron el resto en el penoso espectáculo de la Cumbre de las Américas.
Con Trump, el presidente López Obrador no se atrevía a tanto. Otro ejemplo es la retórica hostil de Daniel Ortega, al que Estados Unidos, paradójicamente, le adquiere entre el 45 y el 50 por ciento de sus exportaciones en los últimos años. China y Rusia no le compran ni el uno por ciento.
Así que si Estados Unidos no aprieta las clavijas o López Obrador no asume un liderazgo regional constructivo, porque sí que tiene una descomunal capacidad, muchos dolores de cabeza podría sufrir la democracia en la región. En especial, porque, en breve, se unirá al corifeo un megalómano colombiano, llamado Gustavo Petro, que con seguridad se creerá el Fidel Castro del siglo XXI.
JOHN MARIO GONZÁLEZ 

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