Las declaraciones que vienen dando las altas autoridades nacionales del sector de minas con respecto a la minería de cobre son bastante infundadas, equivocadas y muy preocupantes. Dicen que el cobre deberá ser la nueva estrella de la minería, que debemos entrar al grupo de los mayores exportadores de cobre en el mundo, que le van a meter el acelerador a la minería de cobre. Son expresiones cercanas al apoyo o interés indebido, que exceden las funciones de fomento, vigilancia y control de una actividad tan delicada, importante y que acarrea numerosos riesgos.
No es propiamente justificable, pero sí entendible, que quienes tienen el poder para influir en que se aceleren procesos aprobatorios tan complejos como el de otorgar o negar licencias ambientales se desborden de entusiasmo escuchando presagios maravillosos, simplemente replicando lo que hacen en otras partes, sin saber o pensar muy bien qué tan copiables o adaptables son las formas y las tecnologías utilizadas en esas partes, sin conocer muy bien los aspectos negativos ni los daños que se harían con esos procesos al medioambiente, a la gente, a las tierras, a las aguas, a la economía local, a la organización social.
Ciertamente, nuestra cordillera Occidental es parte del mismo cinturón andino del cobre donde tienen sus grandes yacimientos y sus instalaciones mineras los dos más grandes productores de ese metal en el mundo, Chile y Perú. Pero nuestra localización en el planeta, con respecto al ecuador, marca una gran diferencia: en esos dos países, las montañas que albergan los yacimientos de cobre son totalmente desérticas, pura arena descubierta, con un aire supremamente seco, donde casi no llueve y el agua proviene del deshielo de la nieve que penetra las arenas, donde un hueco de subsidencia no daña nada y hacer una gran pila de roca molida no echa a perder bosques ni tierras de cultivo.
En cambio, nuestra parte en el cinturón andino es esencialmente tropical, húmeda, boscosa, con bastante capa vegetal, de vocación agrícola y ganadera, donde las lluvias mojan los plantíos y generan buenas aguas superficiales y subterráneas, que no hemos sabido o querido aprovechar como se debe, pero sería terrible crimen permitir su destrucción. Y ¿aceptar la subsidencia con sus agrietamientos radiales, la filtración de aguas a las cavernas y los túneles, el almacenamiento de relaves, bien sea como lodos o como arenas a medio escurrir, las inmensas áreas requeridas para istración y operación, las grandes nubes de polvo que dicen que no, pero sí se darían, todo eso por unos dólares y el deslumbramiento de ser uno de los grandes productores de cobre?
Es lamentable que ese desconocimiento esté siendo reforzado con una afirmación repetitiva de que el cobre “es el mineral por excelencia, la materia prima para la tarea de la transición energética”. Respetuosamente digo: eso no es así. Lo que programan obtener de los proyectos más adelantados no es cobre utilizable como tal, sino un concentrado de ese metal, más oro, plata y molibdeno, con otros residuales. Y el cobre para los generadores solares tendrá que seguir siendo importado mientras no tengamos refinación en el país, y pagado con las divisas que generen las exportaciones de todo el sistema económico.
No podemos dejarnos llevar a una situación como la de Chile, que mostraba EL TIEMPO.COM los días 29 y 30 de julio, bajo el titular ‘¿Apocalipsis?’. Ríos y lagos inmensos llenos de aguas y natas verdes por tanto cobre. Y dirán que aquí, los relaves se almacenarán en seco pero, quizá, peor. No nos dejemos engañar.