Leí con total respeto una carta muy seria, bien escrita, respetuosa y honesta que más de 700 protagonistas, gestores y actores de la vida cultural colombiana enviaron al presidente Petro reclamando por la precaria atención que ha merecido la cultura en “el gobierno del cambio”.
Tienen, quienes la suscribieron, toda la autoridad profesional y moral para enviarla, pues no solo han dedicado sus vidas a la cultura, sino que, además, votaron por Petro y, estoy seguro, lo hicieron con plena libertad, convicción y autonomía, sin recibir nada a cambio.
Y, dicha sea la verdad, ellos fueron determinantes en la elección del Presidente. Sin las gentes movilizadas a lo largo y ancho del país por artistas y maestros de la cultura, la música, el teatro, las artes escénicas, las artes plásticas, el cine, la televisión, las letras, Petro no habría logrado consolidar la diferencia apretada que le permitió llegar a la Casa de Nariño.
Aunque el tono de la carta es firme y sus planteamientos muy claros, el texto es constructivo y propositivo. No es una carta extorsionista, cobrando por los apoyos y los votos, como las misivas de los políticos. No es una carta envenenada cargada de reproches y ofensas, como los textos de los opositores. No es una carta rimbombante, plagada de erudiciones arrogantes y de frases ininteligibles, como los documentos de algunos académicos vanidosos. No. Es clarita. Sencillita y contundente.
Cuando echaron del gabinete a la maestra Patricia Ariza por la puerta de atrás y sin la menor consideración, pensé que tenían un plan serio y estructurado para su sucesión. Solo así podía explicarse –pensaba yo– el sacrificio de semejante ícono de la cultura nacional, quien ni siquiera logró que el señor Presidente le contestara una llamada telefónica.
Pero no fue así. Pasan las horas, los días, las semanas y los meses, y la interinidad en el Ministerio persiste. El maestro Zorro sigue interino. Ni lo nombran, ni lo desnombran. Ni lo ponen, ni lo quitan. Y la cultura ya pasó de la interinidad a la postración y a la emergencia. De la ilusión al desencanto. Del optimismo a la frustración.
Por eso celebro que, por fin, en la semana que viene el Presidente los va a recibir. Ojalá la cita salga bien. Hay mucho en juego. No solo un presupuesto significativo para la cultura, sino la posibilidad de desarrollar un diálogo más profundo sobre la cultura en los difíciles tiempos que corren.
Desde que se creó el Ministerio he creído que la clave de su éxito está en que se convierta en un gran facilitador, un gran promotor de la cultura. Que abra espacios de diálogo, de creación, de fomento de las artes, de formación cultural de los colombianos y las colombianas.
Les temo a los países donde convierten los ministerios de Cultura en fábricas de engrases selectivos para que los artistas más populares hablen bien del Gobierno o les hagan campañas a sus candidatos. Les temo a los ministerios que solo les prodigan ayudas a quienes comparten la misma ideología dominante del régimen de turno.
En esencia, la cultura ha de ser libre y mantener sus alas desplegadas, para que su esencia creativa le permita siempre mantener su independencia. Cuando el Estado, con su plata y su poder, quiere apropiarse de la cultura, la asfixia, la contraría, la marchita, la corrompe.
En mi sentir, lo mejor de la carta es que reclama propositivamente y apunta a que a partir del diálogo urgente se construya una política cultural que responda a la diversidad y al pluralismo. Esa anhelada política cultural requiere –como bien lo dicen sus firmantes– diálogo y escucha. Pensamiento profundo y acción eficaz, agrego yo. Así, estoy seguro, se podría dar un gran paso por el bien de este país. Ojalá así lo entienda el señor Presidente.
JUAN LOZANO