El uno es para muchos la esperanza de que el centro político pueda tener una opción viable en la carrera a la presidencia en el año 2022. El otro es la fiel imagen de una Colombia pasada, de la vieja política, de aquellos que desde sus puestos de poder han construido jugosos y lucrativos negocios que se defienden jugando a la política.
El uno es un académico, escritor, humanista. Un tipo que parecía no estar contaminado por los nefastos vicios de un mundo gris en donde los favores se pagan con puestos, contratos y presupuestos de entidades oficiales. El otro es un jugador del viejo ajedrez de los ministerios, las empresas sociales del Estado, los caciques regionales y la búsqueda de protagonismo para mantener la necesaria influencia sobre los sectores de interés.
El uno defiende ideas liberales. El otro defiende las banderas de un Partido Liberal desteñido, venido a menos y cada vez menos liberal (basta con ver cómo el emperador Gaviria impuso su candidato sin proceso democrático alguno).
Ellos son los Gaviria: Alejandro y César. El uno es visto por muchos (aunque no la mayoría) como una tabla de salvación. El otro es visto por casi todos (aquí sí mayoría absoluta) como un pesado lastre que no hace más que empañar la candidatura de quien se quiere mostrar ajeno a esas viejas y desagradables mañas.
Basta con mirar un hecho de actualidad para notar el foso gigantesco que separa a un Gaviria del otro.
El pasado 20 de octubre, a través de su cuenta de Twitter, el precandidato Alejandro Gaviria rechazó de manera tajante la modificación de la ley de garantías electorales que fue aprobada por el Congreso en medio de las críticas de algunos sectores políticos, los gremios y las organizaciones sociales. Gaviria señaló la inconveniencia de hacer esa transformación que “genera desconfianza y cambia las reglas del juego de manera no transparente a cinco meses de las elecciones”. Claro. Conciso. Un video de 18 segundos bastó para dejar en blanco y negro una posición necesaria ante el descaro de los congresistas.
Los tiempos han cambiado y se pregunta uno si el líder de hace 30 años hoy tiene la misma capacidad de ponerse a tono con los tiempos que vivimos y con las urgencias que tenemos
En cambio, han pasado días y desde la vieja casona de la calle 36 con Caracas, sede del Partido Liberal, no ha habido mensaje alguno respecto a semejante exabrupto. No ha habido la necesaria censura al inmoral acto del Congreso que abre la puerta para que recursos públicos se utilicen para mantener en el poder a los políticos que hoy están encumbrados en sus curubitos. El otro Gaviria no ha sido capaz de mostrar la audacia que lo caracterizó en otros tiempos para desmarcarse de las jugaditas a las que nos han acostumbrado los honorables parlamentarios. ¿Cosas de la edad? ¿Necesario cálculo electoral?
Es imposible negar que César Gaviria es para Colombia un personaje necesario del siglo XX. Abrir nuestra economía, acompañar la construcción de la Constitución de 1991, conseguir la baja de Pablo Escobar quedan en el registro histórico como hechos invaluables de su gestión como presidente. Pero los tiempos han cambiado y se pregunta uno si el líder de hace 30 años hoy tiene la misma capacidad de ponerse a tono con los tiempos que vivimos y con las urgencias que tenemos.
Vaya dilema el de Alejandro Gaviria respaldado por César Gaviria, cuando ambos son claramente como agua y aceite. Subyace la pregunta: ¿quién pesa más en esa alianza? ¿Quién en un eventual triunfo tendrá el control? ¿O solo bastará con que desde ya el candidato Gaviria diga que una ayudita en campaña no será convertida en burocracia, favores políticos y familiares en una eventual presidencia suya?
#PreguntaSuelta: ¿el presidente Duque será capaz de objetar la perversa modificación de la ley de garantías, al menos para no hacer quedar como inoperante a la oficina jurídica de Casa de Nariño, donde seguro saben que ese cambio es inconstitucional?
JUAN PABLO CALVÁS