La migración en sí misma no representa un problema. De hecho, la historia de la civilización humana está estrechamente relacionada con el movimiento de personas. Sin embargo, la migración ilegal y desordenada es una tragedia de la humanidad que demuestra la incapacidad de ciertos países para contener la desesperanza y dar respuesta a las expectativas de sus ciudadanos.
Actualmente, el mundo es testigo de cómo esta migración se convierte en una solución desesperada ante la situación que se vive en el país de origen. Si los peligros de las caminatas, el agua, los desiertos y demás desafíos de la naturaleza no los disuaden de emprender el viaje y arriesgarlo todo, incluso su vida y la de sus seres queridos, es porque la realidad que están padeciendo es mucho peor, o porque las expectativas de un futuro mejor, para ellos y sus hijos, con mayores oportunidades económicas y laborales, son muy altas.
El cambio climático (hambrunas, sequías, desastres naturales, etc.), la violencia y los conflictos, la inestabilidad política y el descontento social, así como la incertidumbre por la ausencia de futuro, son los principales causantes de las grandes migraciones en la actualidad.
Si el trayecto es difícil, una vez alcanzan su destino, los desafíos no desaparecen. De los riesgos para la seguridad física pasan al reto de adaptarse a un entorno nuevo, con costumbres, culturas y, en muchos casos, idiomas distintos. A esto se añaden el estigma y la discriminación de la que suelen ser víctimas. Cuando la migración se dirige a países en vías de desarrollo, a menudo es percibida como una competencia por los recursos, que ya de por sí suelen ser escasos. Además, la migración ilegal implica enfrentar un período de limbo jurídico, donde, al no tener los papeles en regla, a los migrantes les restringen su a los servicios públicos básicos.
Cualquier proceso migratorio es traumático, tanto para el que lo vive como para su familia y su entorno. El estrés, el miedo, el duelo y la culpa son los sentimientos predominantes. El estrés por el esfuerzo que implica llegar al país deseado y subsistir allí. La falta de seguridades, la indefensión y la carencia de conexiones y redes de apoyo sólidas generan miedo. Igualmente, como ocurre en todo cambio, suele haber un sentimiento de duelo y pérdida por lo que se deja atrás. Asimismo, aunque en el propósito de migrar suele estar el objetivo de ofrecer una vida mejor a los suyos, las separaciones familiares a menudo producen sentimientos de culpa. Todo esto lleva a los migrantes a enfrentarse a situaciones en las cuales deben lidiar con su propia identidad y con la forma como son vistos.
Cuando tienen una vocación de permanencia y no solo de tránsito, las personas suelen contribuir significativamente al país donde residen, superando lo que reciben de él.
Sin embargo, la migración puede convertirse en un motor de desarrollo y crecimiento económico para los países receptores al aumentar la productividad, el consumo y el recaudo de impuestos. Cuando tienen una vocación de permanencia y no solo de tránsito, las personas suelen contribuir significativamente al país donde residen, superando lo que reciben de él. Sus beneficios dependen de los mecanismos de regularización e integración social y económica de los países receptores.
De otra parte, aunque la migración implica una fuga de cerebros, con la consiguiente pérdida de capital humano y potencial productivo para los países de donde sale la población, también trae consigo un aumento notable de las remesas, lo que ayuda a mantener el equilibrio en la balanza de pagos e impulsa la transformación y el crecimiento económico, sobre todo en zonas de escasos recursos.
El desafío consiste, entonces, en enfrentar el proceso migratorio como una oportunidad, en lugar de verlo como un problema.
JULIANA MEJÍA