Los episodios ocurridos en la sesión plenaria del Senado de la República del 14 de mayo, en la cual, por escaso margen de dos votos, en ejercicio de su facultad constitucional, negó la autorización requerida para continuar con el trámite de la consulta popular a la que –también con todo derecho– acudió el Gobierno para ‘hacerle el quite’ a lo que algunos consideraron precipitada decisión de la Comisión VII de esa corporación de archivar la reforma laboral, suscitan muchas reflexiones.
¿Son excluyentes los conceptos de participación y representación para referirse a la democracia? Claramente no lo son, pues tanto los presidentes como los congresistas tienen la misma legitimidad por cuanto ambos son popularmente elegidos, con el mismo sistema y las mismas reglas, aun cuando en días distintos.
Tanto en los instrumentos de la democracia representativa como en los de la participativa interviene el “pueblo”, los electores, los ciudadanos o como se los quiera llamar. La tergiversación más grande se dio probablemente en el año 91, cuando constituyentes elegidos por tres millones de “electores” –una expresión moderna del constituyente primario– revocaron un Congreso elegido meses antes por ocho millones. Se dijo que los tres millones representaban al pueblo y los ocho a los clientelistas, a pesar de que la fuente era la misma: el voto popular.
En verdad, los instrumentos no son excluyentes sino complementarios, dependiendo de cuál sea y cómo se use. En general, el plebiscito se utiliza para apoyar a una persona, un gobierno o una política. Llamamos así al de 1957, convocado por la Junta Militar para poner fin a la violencia liberal-conservadora, aun cuando en verdad era un referendo, es decir, una serie de normas jurídicas que entran a regir tan pronto se apruebe. En ese caso, con participación del constituyente primario, para recuperar la institucionalidad perdida –ahí sí, por bloqueo institucional– por la necesidad política, se aprobaron instituciones antidemocráticas como la paridad y la alternación en la presidencia de manera excluyente entre liberales y conservadores.
Juan Manuel Santos, como presidente, impulsó el plebiscito –innecesario a mi juicio– para ratificar el exitoso acuerdo con la guerrilla, pero que, al igual que la consulta en el Congreso, fue derrotado por estrecho margen. Cabe recordar que –eso sí, no en nuestro país– muchas veces los dictadores han acudido a la llamada democracia plebiscitaria para legitimarse.
Por distintas razones, la revocatoria del mandato, que no está prevista para el presidente ni para los congresistas, sino para alcaldes y gobernadores, el cabildo abierto y el referendo, no han funcionado en estos 33 años de vigencia de la Constitución del 91.
Las consultas populares a nivel local, que vienen desde el gobierno de Betancur, han servido, por ejemplo, para impedir la explotación de recursos naturales con afectación del medio ambiente.
Esta es la primera vez que se utiliza la consulta como respuesta del Gobierno a una negativa del Congreso. La discusión no es si el mecanismo es constitucional o no, pues claramente lo es. La reflexión debe ser sobre su conveniencia, toda vez que no fue diseñado para que cualquier discrepancia entre el Ejecutivo y el Congreso por un proyecto de ley dé pie a una consulta porque se corre el riesgo de desprestigiarlo por exceso de uso en este o en cualquier gobierno.
Si ese enfrentamiento es político, en un régimen parlamentario se resolverá fácil: si el Gobierno pierde, hay lugar a nuevas elecciones. Lo que no puede ocurrir es que el riesgo sea solo para una de las partes en conflicto.
En el caso de la reforma laboral –necesaria a mi juicio– y como lo habíamos planteado en columna anterior, la solución era revivirla por vía de la apelación y no hundirla por trámite. Si de lo que se trata es de mejorar las condiciones laborales ya, si se hace por el Congreso entrarían a regir de inmediato, y si es por consulta, como allí no se definen textos jurídicos sino mandatos que debe desarrollar el Parlamento, pueden pasar meses antes de que se vuelvan leyes.
Dejo para otra columna las grescas, descalificaciones, ‘patraseadas’, jefes desacatados sin consecuencias y hasta la repetición de mecanismos que nos hicieron recordar a Yidis y Teodolindo, como sufrir súbitos ataques estomacales para no comprometerse...
En este espacio estarán diversas voces hasta el retorno de Germán Vargas Lleras.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ