Poco se habla de los estragos que las guerras dejan en la cultura de los pueblos. Cuando las bombas caen en edificaciones civiles, atentando contra la vida de miles de personas inocentes, la cultura pasa a un plano menor. Pero su destrucción es real y devastadora. Se sufren daños sobre construcciones históricas antiguas, se destruyen museos, sitios arqueológicos y religiosos, bibliotecas y monumentos. Se interrumpen las exhibiciones de arte y los conciertos, apagando la risa y silenciando las voces. Se pone en peligro la herencia cultural y se amenaza con borrar las huellas del pasado.
No resulta fácil proteger el patrimonio cultural en medio de un conflicto, aunque las comunidades hacen un esfuerzo enorme para lograrlo. En Ucrania, por ejemplo, organizaciones de voluntarios han trabajado en los dos últimos años protegiendo monumentos y evacuando obras de arte de los museos a lugares seguros. En Gaza, según estimaciones de la Unesco, se han destruido decenas de edificios religiosos y de interés histórico, que han quedado en condiciones irreparables. Serán aun más, pero es difícil evaluar los daños en la mitad de las balas y las bombas. Vale decir también que el conflicto colombiano, y el consecuente desplazamiento de más de siete millones de personas, dejó secuelas profundas en la cultura de los territorios. Saberes y tradiciones fueron afectados.
La destrucción cultural en tiempos de guerra no solo implica la pérdida de bienes materiales. Su impacto se extiende mucho más allá, afecta el tejido social y emocional de las comunidades. La música, la literatura y el arte son más que simples manifestaciones creativas: son el alma de la identidad cultural de un pueblo. Cuando esos pilares desaparecen, la capacidad de una sociedad para reconstruirse y sanar se debilita.
La cultura es una necesidad básica, un refugio, un lazo que une generaciones. Es el pasado y el futuro. Es la esencia de quienes somos y de dónde venimos. Sin ella, cualquier intento de reconstrucción quedaría incompleto. Proteger la cultura es proteger la memoria colectiva de una sociedad. Por eso, es fundamental que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para salvaguardar el patrimonio cultural de las zonas de conflicto. “Un pueblo no puede sanar las heridas de la guerra sin cultura”, dijo recientemente el director asistente de Unesco, Ernesto Ottone. Y tiene razón. Porque la cultura no es un lujo.