La COP16 pasó a la historia como un éxito internacional y caleño, masivo y pintoresco, cultural y académico, identificador de actores ecológicos que son los naturales de territorios sin par: campesinos, labriegos, pescadores, esos que, por nacimiento y oficio, resultan ser los actores, promotores y cuidadores de la entrañable biodiversidad nacional y mundial. Quizás el Fondo de Cali, proyectado pero no reglamentado, llegue a viabilizar y a compensar tantos esfuerzos y resultados ciertos, no solo imaginados.
Los actores y cuidadores naturales de la biodiversidad conectan con la historia general de las religiones y, de modo particular, con la tradición judeocristiana que registra las experiencias fundamentales acerca de Dios o el emerger de Dios en la conciencia humana ligada a la capacidad de interrogación por el sentido del universo arcano y misterioso, por los fenómenos naturales y por el origen de las criaturas de manos providentes y amorosas. Es la revelación cósmica que, intencionalmente oscurecida en los siglos de la Ilustración, emerge hoy con fuerza en plena crisis ecológica y en pleno resurgir de las racionalidades ilustradas.
Porque la naturaleza en la modernidad, tras haberse decretado su desencantamiento y desacralización, pareció no servir para algo más que para exploraciones del espacio, explotación de recursos y exterminio de bosques y selvas, contaminación de mares y aniquilamiento de flora, pestilencia de ambientes e irradiaciones destructoras, calentamientos y enfriamientos atmosféricos y destrucción incontenible del planeta.
La autodenominada "ciencia" etiquetó las tradiciones religiosas como productos ingenuos propios de la era astral y de la era agraria de la humanidad. Cuando en verdad, el proyecto de salvación que transmiten las confesiones judeocristianas consiste en la buena nueva de ser el orden creado el mismo orden salvado. Por eso no es fortuito que las mayores experiencias religiosas estén ligadas con los lirios del campo, la pequeña semilla, el árbol y el fruto, el agua y la vida, el buey y el asno, la tierra fértil, la espiga y el grano, las señales del tiempo de la tormenta sombría o del cielo sonrosado, de la grey y del buen pastor que da la vida por sus ovejas. Todos ellos no son "mitos" sino el modo sublime de entendernos como seres del espacio y del tiempo, de las estaciones y de las aguas, del trigo dorado de los campos y de la cena que recrea y enamora.
Toda espiritualidad, y la cristiana en particular, sabe del amor ecológico y practica la ética de la responsabilidad con el cosmos sublime y con el pequeño y hermoso planeta, escenario de ensueño.
Toda espiritualidad, y la cristiana en particular, sabe del amor ecológico y practica la ética de la responsabilidad con el cosmos sublime y con el pequeño y hermoso planeta, escenario de ensueño y mundo de la vida en el que todos compartimos la existencia, al decir de Habermas. Por eso y solo por eso, la dimensión ecológica es no solo sustantiva sino urgentemente exigitiva en todo proyecto educativo que de veras lo sea.
Ello explica el puesto académico que ha llegado a ocupar la espléndida encíclica del papa Francisco acerca del Cuidado de la Casa Común, tanto como los aportes de valor incomparable propios de Francisco de Asís, de Teresa de Ávila, de Juan de la Cruz, de Ignacio de Loyola desde la profunda experiencia ecológica hasta las dimensiones escolares y universitarias de toda ciencia y de todas las ciencias.
La COP16 de Cali no puede ser recuerdo de un éxito hueco, engañoso y pasajero. Debe ser imperativo y punto de partida de la responsabilidad ineludible de todo ser, de todo pensar, de todo saber, de todo educar, de todo diseño social y político que quiera de veras amar y servir.
Por el contrario, el talante polarizado y cortoplacista de Mr. Trump no solo lo llevó a formular gargarismos con cloro para combatir la pandemia de covid–19. Hoy el mismo farmaceuta se propone combatir los abismales fenómenos ecológicos de su propia patria perforando, perforando y perforando para crear un mar de gasolina y un enriquecimiento jamás visto. "Dios salve a América", como llama Trump a los Estados Unidos de Norteamérica.