Desde tiempos inmemoriales ha sido imperativo en la educación moral de la mujer el aprender a callar. Y no solo se trata de generaciones pasadas, pues aún hoy en día nos encontramos con el consenso sobre la importancia del condenable silencio femenil. La tétrica moda estadounidense de las esposas tradicionales, o "trad wives", que busca revivir el estilo de vida conservador de los años 50 es muestra elocuente de un patriarcado activo y masivo.
Este proceso de regresión cultural a tiempos de opresión de la mujer va de la mano con tendencias extremoderechistas lideradas por personajes como Donald Trump y el nuevo dueño de X, Elon Musk.
La sumisión absoluta de la mujer, el abandono de su carrera profesional, la maternidad forzada, la casi ausente capacidad de tomar decisiones médicas sobre su propio cuerpo, todo esto fortalece el proyecto de régimen autocrático que impulsa el Partido Republicano: Proyecto 2025.
Buscan que las mujeres no voten, y que vuelvan a su rol de parturientas y empleadas domésticas de sus maridos, hijos y parientes. Como si fuera poco, ahora buscan un veto nacional del aborto, incluso si la mujer ha sido violada, si se trata de incesto o si la vida de la madre corre peligro. En todos esos casos se mandaría al médico a la cárcel si practicara un aborto.
Este es el momento preciso en que las mujeres no pueden callar y en que deben desafiar el statu quo, ya que de eso dependen sus más elementales libertades.
Mientras tanto, la población duerme, ve televisión, sin la posibilidad de analizar y sopesar lo que ocurre. Esta inacción le otorga terreno al contendor. Ante esta realidad distópica, es clave expresar la discrepancia, no solo entre periodistas mujeres y analistas, sino en la vida diaria, entre amigos, con los familiares. Es importante disentir en voz alta, para que nuestro silencio no se malinterprete como aceptación.
Las mujeres y sus aliados deben expresar su discrepancia y no temer el ostracismo por oponerse a políticas misóginas que busca aprobar el partido Republicano. A día de hoy, son ya miles las mujeres obligadas a someterse a la tortura de llevar a término un embarazo no deseado. Ante esta situación medieval nos encontramos con que, si bien no podría haber concepción sin esperma, no hay el menor castigo para los hombres. La mujer no es más que un receptáculo, pero es ella quien recibe el castigo de llevar en su vientre durante nueve largos meses al hijo de su abusador sexual o de un embrión que puede causarle la muerte.
Buena parte de estas restricciones horripilantes nace de un país que mira con recelo a la educación el progreso que ha llegado a todas las naciones modernas. Todas, menos esta.
Faltan tres semanas para decidir el destino de esta nación, para definir en manos de quién quedará ese país.
Este es el momento preciso en que las mujeres no pueden callar y en que deben desafiar el statu quo, ya que de eso dependen sus más elementales libertades. No solo están en juego los derechos reproductivos, sino el derecho a la educación, al trabajo, a la autonomía financiera, al sufragio universal. Estados Unidos busca volver en el tiempo y arrastrarnos a todos a una pesadilla sin fin. Es hora de salir a las calles, de manifestarse a diario en redes sociales, en grupos de amigos, con la familia. Es hora de luchar por nuestros derechos en un momento dramático para Estados Unidos, pues se disputa el mínimo de derechos vital y esencial de una democracia. Ese país no puede pasar a la Historia como la nación que liberó a Europa del fascismo, sólo para atornillarse a él ocho décadas después. No podemos volver a una época oscurantista que criminalizaba a la mujer solo por existir.