Pocos desastres ilustran mejor la improvisación y la ceguera del gobierno de Gustavo Petro, como lo que ocurre en el Catatumbo. Cerca de un centenar de muertos, 40.000 desplazados y comunidades enteras sometidas al terror son el saldo, en pocos días, de una política de paz que, en lo que tiene que ver con el Eln –gran protagonista de esta sangría–, muchos advertimos que se basaba en una lectura equivocada de la dinámica interior de esa banda.
En esta columna expliqué, más de una vez, que el Gobierno no montó el diálogo con el verdadero jefe del Eln, Gustavo A. Giraldo, alias Pablito, quien manda sobre las tropas, tiene armas y dinero, y maneja el narcotráfico y la extorsión, sino con unos jubilados, encabezados por alias Pablo Beltrán, que aspiraban a recibir de Petro un retiro dorado, con amnistía para sus incontables crímenes, salario y curul en el Congreso.
Como, en su delirio promesero de campaña, Petro le había dicho a ‘Semana’ que “a los tres meses de ser el Presidente se acaba el Eln porque se hace la paz”, en la Nochevieja de 2022, más de cuatro meses después de posesionarse, el mandatario decretó un apresurado cese del fuego con esa banda. Los términos del acuerdo nunca fueron claros y, como muchos alertamos, el cese solo fue respetado por las Fuerzas Armadas, mientras ‘Pablito’ y sus secuaces ganaban dominio territorial en Chocó, Arauca y Catatumbo.
Durante dos años, ‘Pablito’ y sus tropas se pasaron el cese del fuego de Petro por donde sabemos. Aun así, el Gobierno insistió en una mesa de diálogo que nunca arrancó, mientras el atolondrado mindefensa, Iván Velásquez, incumplía el mandato constitucional de proteger a la población civil, al atar de pies y manos a la Fuerza Pública.
Según informes de inteligencia del Ejército, en estos dos años el Eln pasó de 5.800 hombres a cerca de 6.500, y ahora tiene más y mejores armas, y muchísimo más dinero, lo que le permitió lanzar, en la frontera con Venezuela, una sangrienta ofensiva contra las disidencias de las Farc, otros narcos que también andan en diálogos con el Gobierno. Todo esto mientras los padrinos tanto de los ‘elenos’ como de los ex-Farc, el sátrapa Nicolás Maduro y su compinche Diosdado Cabello, se ríen y expresan, en el colmo del cinismo, su solidaridad con la población de la zona.
Durante dos años, ‘Pablito’ y sus tropas se pasaron el cese del fuego de Petro por donde sabemos. Aun así, el Gobierno insistió en una mesa de diálogo que nunca arrancó
EL TIEMPO reveló el martes que, según el mindefensa Velásquez, los del Eln están “actuando como sicarios, movilizándose en motos en grupos pequeños, con lista en mano, sacando a gente de sus casas para asesinarlos”. La defensora del Pueblo, Iris Marín, había alertado al Gobierno. Señor ministro: estos muertos, y los que lamentablemente vendrán, y estos desplazados, y los que lamentablemente vendrán, son responsabilidad suya y del Presidente, son el resultado de la forma prepotente como desoyeron todas las advertencias.
Entrevistada por ‘Cambio’, Marlén, una desplazada cuyo esposo fue asesinado en el Catatumbo por resistirse a una orden del Eln, contó: “Tuve que secarme las lágrimas, despedirme de él a la distancia, tomar dos as, una jarra de leche, un poco de ropa y correr con mis niños (de 5 y 12 años) lejos de allí”.
Y entre tanto, Petro y Velásquez andaban de visita en Haití, ante un gobierno de mentiras en un país que colapsó. Cuando le pidieron cuentas por ese viaje en este momento, el Presidente alegó que la cocaína del Catatumbo viaja a Estados Unidos vía Haití. Olvidó aclarar que esa cocaína sale por Venezuela, bajo la complaciente mirada del régimen chavista que Petro se resiste a censurar.
El viernes, el Gobierno dictó la conmoción interior y anunció, al amparo de ese régimen de excepción, nuevos impuestos –¡qué tal!– que no creo que pasen el examen de la Corte Constitucional. Más que plata, lo que hace falta en el Catatumbo es el accionar de la Fuerza Pública. A la vista del desastre humanitario en esa zona, tanto cinismo raya en lo criminal.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares