En la avalancha de contenidos que han invadido los medios y las redes sociales con motivo de la pandemia del covid-19 no es fácil distinguir el grano de la paja. Sin embargo, hay contrastes que saltan a la vista. Uno de ellos es el que contrapone los textos delirantes que sobrepasan la categoría de las fake news a los documentos con sustento científico y fines altruistas, que por fortuna no son escasos.
El miedo que desató la pandemia en todo el mundo y la incertidumbre sobre lo que nos espera han sido el caldo de cultivo de las teorías más descabelladas, desde la que la atribuye a una conspiración comunista para dominar el planeta hasta las que culpan de ella a Satanás o a seres extraterrestres. No es de extrañar que haya quienes den crédito a esas fábulas, como también que algunos, en el otro extremo, subestimen el peligro e ignoren las recomendaciones de las autoridades sanitarias para enfrentarlo. Lo insólito es que dos jefes de Estado, como Donald Trump y Jair Bolsonaro, encabecen a los exponentes de ambas orillas.
Frente a las manifestaciones estrambóticas de aquellos personajes se destacan los llamados de atención sustentados en información seria y formulados en forma equilibrada, como los que ha hecho Bill Gates, el fundador de Microsoft, una de las voces más acreditadas en esta materia. Después de convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo, Gates se retiró de su empresa hace doce años para dedicar su tiempo y gran parte de su fortuna a causas humanitarias, para lo cual creó la Fundación Bill y Melisa Gates, que ha impulsado campañas contra el sida, la malaria y la polio, y ahora se ha comprometido a fondo en la lucha contra el coronavirus.
La Fundación Gates destinó inicialmente cien millones de dólares para el combate de la pandemia y luego añadió a su donación otros 250 millones de dólares para apoyar a los laboratorios que trabajan en la producción de un tratamiento y una vacuna contra el virus.
Su convicción sobre la seriedad de la amenaza lo llevó a criticar abiertamente a Trump por su vacilación inicial para actuar contra ella y después por su decisión de quitarle el financiamiento a la Organización Mundial de la Salud. Esto lo convirtió en el blanco de 'Fox News' y otros reductos derechistas de Estados Unidos, que desataron una campaña de ataques contra él y llegaron a acusarlo de ser el creador del coronavirus. Lo cual no ha impedido que Gates y su fundación sigan trabajando en busca de una solución para la plaga vaticinada por él en 2015.
No es la primera vez que una situación crítica, sobre todo si tiene un origen difícil de desentrañar, es aprovechada para explotar el miedo y sacar partido con fines políticos. Tampoco es la primera vez que se buscan chivos expiatorios para culparlos de una calamidad como la actual. Así ocurrió en los casos de otras epidemias, incluyendo la de 1348, que cobró celebridad como la más dañina porque acabó con un tercio de la población europea. Siempre se culpó a los extranjeros, a los marginados sociales y a minorías religiosas como la de los judíos.
Una consecuencia de lo anterior fue el desencadenamiento de persecuciones contra quienes eran considerados culpables. En el caso de la llamada gripe española de 1918, algunos buscaron el origen del mal en una conspiración alemana. Hace cuarenta años los homosexuales y los drogadictos cargaron con el peso de ser señalados como los causantes del sida. Y ahora, en varios lugares de Estados Unidos personas de origen asiático han sufrido agresiones como resultado de las acusaciones de Trump contra China.
En el telón de fondo está el oscurantismo, que no ha sido derrotado por la hiperconectividad que mantiene a la humanidad informada al instante sobre todo lo habido y por haber. Es triste ver que mientras la ciencia avanza en el hallazgo de la vacuna contra el virus, contra la ignorancia no parece haber tratamiento que valga.
Leopoldo Villar Borda