Perogrullo era un personaje imaginario de la cultura oral española que decía obviedades como si hubiera descubierto algo nuevo. Los columnistas tenemos instalada en el subconsciente una alarma contra las perogrulladas. Cuando ‘cometemos’ alguna es porque algo muy malo está pasando con el columnista o con la sociedad que necesita un recorderis.
Empecemos con el poder. El Presidente ha venido planteando que es víctima de un poder superior. Toca recordar, entonces, que en nuestro sistema político el Presidente tiene un inmenso poder; es la persona más poderosa del país: presenta proyectos de ley, decreta, maneja el presupuesto, comanda el Ejército, nombra ministros, viceministros y miles de funcionarios, y tiene injerencia en todas las empresas del Estado. Cuenta con ocho millones de seguidores en Twitter y un ejército reconocido de bots e influencers que le hacen eco. Es grotesco que se presente como víctima del poder.
En una sociedad moderna hay muchos poderes: económico, financiero, judicial, político y hasta de opinión. El equilibrio de todos ellos, para que ninguno abuse, es el mejor invento político de la humanidad; otra perogrullada que llaman democracia.
Entre el poderoso y el ciudadano corriente hay una asimetría ética. El ciudadano puede insultar al poderoso y gritarle que se vaya, pero el poderoso no puede hacer lo mismo. Un insulto directo del Presidente llamándolo nazi o asesino es un acto de intimidación que coarta su libertad de expresión. El Presidente se puede defender con argumentos, pero no puede intimidar.
Quienes se inventaron la democracia (hace relativamente poco) establecieron como premisa fundamental la libertad de expresión. Para que esta efectivamente se dé, se ha utilizado otro invento relativamente moderno: la prensa. Los diseñadores de todo este original sistema (hay que reconocerles el mérito a los Padres Fundadores en Estados Unidos) le otorgaron a la prensa facultades extraordinarias. La Primera Enmienda de la Constitución, que data de 1791, genera una altísima protección a la libre expresión y a la prensa, porque son esenciales para la democracia.
Por supuesto hay diversas formas de ver las cosas, y por eso hay multiplicidad de medios. Esa es la mejor solución a la parcialidad de un solo medio.
Hay muchísimas sentencias de la Corte Suprema de Estados Unidos que confirman la importancia de la libre expresión en su sistema político. Es famosa la sentencia del magistrado Oliver Wendell Holmes, quien propuso como único ejemplo de un acto que no puede ser protegido por la libertad de expresión el que alguien grite fuego en un teatro lleno.
Siguiendo con las perogrulladas, la prensa está manejada por periodistas profesionales que obedecen a un código de ética difundido en todo el mundo. Su objetivo es informar y para eso deben ser veraces y escoger sus fuentes con rigor. Por supuesto hay diversas formas de ver las cosas, y por eso hay multiplicidad de medios. Esa es la mejor solución a la parcialidad de un solo medio. Como contraejemplo, el lector debe recordar la homogeneidad de Pravda en la extinta Unión Soviética o de Granma en Cuba.
Los columnistas de opinión tenemos libertad de decir lo que opinamos (otra perogrullada); nos limitan los lectores que no son tontos.
Los activistas e influenciadores, en cambio, no tienen como objetivo informar sino convencer y promover sus intereses y los de su grupo. No pude encontrar en ninguna parte que tengan un código de ética, fuera de unos manuales para promoción comercial. Pretender que ellos sean quienes garanticen la información verdadera es un engaño tan interesado como ellos.
Esto no quiere decir que la prensa no tenga problemas, pero son menores y más reparables que los que tienen los influenciadores y activistas alternativos. La libertad de expresión también tiene sus problemas, pero no quisiera probar los de la obediencia unánime.