Tomé el título de esta columna de una frase que dijo el alcalde Galán en la inauguración de la Feria del Libro de Bogotá a propósito de Beatriz González, pero también habló del agua del acueducto, del metro en el aire, del aumento del presupuesto de cultura, y de la ciudad como un cuerpo, para encajar de cualquier forma su propaganda política en ‘Las palabras del cuerpo’, que es el tema de la Filbo este año.
Casi todo lo que se vio y se dijo en esa mesa inaugural, con los saludos protocolarios que repetían una y otra vez los nombres y los cargos de ilustres varones (o socios, como dijo alguno), ilustraba una disonancia cognitiva: ese espíritu de cuerpo masculino que marca cualquier territorio. De los doce oradores, con excepción de la escritora Piedad Bonnett, ubicada en un extremo de la mesa, once eran varones y hubo que sortear una repetición de lugares comunes para que le llegara a ella el turno de leer el texto sobre los cuerpos tantas veces y de tantas formas excluidos y nombrados en la literatura.
¿Nadie les hizo notar a los organizadores el significado de esa exclusión, o fue un gesto deliberado? ¿No han notado todavía que, en el mundo, y especialmente en lo que ellos llaman “el ecosistema del libro”, hay mujeres, y que son (somos) cada vez más las mujeres que leen, escriben, editan, forman lectores, dirigen proyectos culturales, hacen crítica y acusan recibo de esas formas reales y simbólicas de silenciamiento?
Si se hubiera tratado de la inauguración de una cumbre de astronautas o de un cónclave, quizás habría resultado difícil hacer audibles las voces femeninas, pero basta una mirada panorámica a esta feria para constatar que la directora general de Filbo y su directora cultural, así como la ministra de Cultura y la directora de la Biblioteca Nacional y también la jefa del proyecto Filbo en Corferias, son mujeres.
Pero no me refiero a una participación protocolaria sino a una experiencia específica que da sentido a la conversación cultural, política, estética y económica que se inaugura con cada feria del libro y que sitúa el lugar del libro, la lectura, las lenguas y los lenguajes en un contexto cambiante, lleno de tensiones diferentes en cada momento y en cada geografía.
Basta una mirada panorámica a esta feria para constatar que la directora general de Filbo y su directora cultural, así como la ministra de Cultura y la directora de la Biblioteca Nacional y también la jefa del proyecto Filbo en Corferias, son mujeres
Quizás si algunas de ellas hubieran estado en la mesa inaugural habría sido posible aproximarse al sentido de la propuesta de Filbo para este tiempo en el que las “inteligencias” incorpóreas ponen en cuestión la antigua certeza de los cuerpos humanos como los únicos organismos sintientes y pensantes, lo mismo que al sentido de la conversación con el país invitado, más allá de las generalizaciones sobre la relación entre el número de habitantes de España y Colombia y el porcentaje desigual de libros consumidos en cada país, que es consecuencia de tantas otras brechas. O tal vez, al menos, habríamos podido evitar disparates impresentables en los discursos inaugurales como incluir a García Lorca en la categoría de “novelista” del siglo XX, junto con Matutes (sic) –que puede ser Ana María Matute–.
En el discurso inaugural, el ministro de Cultura de España se refirió a Rosa Chacel como una de las escritoras de la España de la República que fueron silenciadas por la dictadura franquista. Otra de las disonancias cognitivas fue oírlo decir, en aquella mesa de señores, que, con el borramiento de las novelas de Chacel, quedó la idea de que la generación del 27 solo había sido de poetas.
Como ya tenemos claro que lo personal es político y que lo político ha estado fundado en la amplificación de algunas voces y en la negación de muchas otras, sabemos que la literatura, como hecho de lenguaje, está en el centro de ese ordenamiento. Pero sabemos que también tiene la posibilidad de construir otros órdenes.
YOLANDA REYES