Germán Castro Caycedo era radical al respecto: una crónica es la veracidad de los hechos. ‘Crónica de una muerte anunciada’, de García Márquez, tiene nombre de crónica, mas es una ‘nouvelle’ sobre un hecho “verídico”: por la creación de personajes y adicionarle al contexto vestigios de una tragedia griega.
Juan Gabriel Vásquez escribe una crónica de largo aliento en ‘Los nombres de Feliza’, y con experticia en la técnica narrativa logra un híbrido más próximo al trabajo periodístico. Vásquez entrevista a personas cercanas a Feliza Bursztyn, se involucra como personaje en el texto y como un eximio reportero camina por las calles que recorrió la escultora en París y otros recovecos de la memoria, y arma con filigrana un rompecabezas de su vida. Va alternando el pasado y el presente, y el núcleo dramático del relato es el día de la muerte de Feliza, donde es clave Pablo Leyva, su último compañero. Esa tensión mantiene en vilo al lector.
La armazón formal es virtuosa, nos pinta un panorama de una vida llena de cicatrices, pero no se ahonda en ellas. No tiene la densidad de una novela, es más descriptivo y anecdótico. Cuando Feliza Bursztyn habla, lo hace entre comillas, está en boca de otros, no habla desde su inconsciente, una característica rotunda de los personajes de la ficción novelesca.
Va alternando el pasado y el presente, y el núcleo dramático del relato es el día de la muerte de Feliza, donde es clave Pablo Leyva, su último compañero. Esa tensión mantiene en vilo al lector
Sabemos de su infancia en Bogotá, de su viaje a Nueva York, donde conoce a su esposo Larry, con el que tiene tres hijas y regresa muy joven a vivir con él en Teusaquillo; su encuentro fatal y pleno de libertad con el poeta Jorge Gaitán Durán, por el cual abandona a sus hijas; el cisma con sus orígenes judíos, pues su padre no la expulsó de la comunidad sino algo más cruel, declaró su muerte o su expiación, y la entierra simbólicamente en vida; su amistad con Martha Traba, su viaje a Cuba, estigmatizado por las esferas sociales colombianas, su exilio en México y regreso a París en la época del Estatuto de Seguridad, que Vásquez hilvana con eficacia.
De las partes más entrañables es la relación que Feliza tiene con Gaitán Durán, ahí el libro entra en un cauce insurgente y vital. Se encuentra a ella misma como artista y alza vuelo. La política, tan turbia en nuestro país, y la combustión artística de la escultora, aquí rondan vaporosas y esporádicas.
Un libro que a través de la reportería y lo biográfico avizora a un personaje fascinante y misterioso de nuestra averiada cartografía nacional.
ALFONSO CARVAJAL