Colombia es uno de los países más diversos de América Latina. Históricamente, han existido grandes diferencias geográficas, culturales y sociales que fomentaron el desarrollo de regiones únicas.
Desde la época prehispánica, la diferenciación entre los pueblos chibchas, caribes y arawak generaron culturas diferenciadas, que se acentuaron en la época de la conquista con el arribo de migraciones de personas originarias de diversas regiones de Europa y el Medio Oriente. Sin embargo, esta situación no se ha reflejado en el modelo de Estado, en el cual, salvo las constituciones de 1858 y 1863, hemos tenido un sistema político con enorme tendencia al centralismo, lo que se profundizó con la Constitución de 1886, que facultaba al presidente para elegir directamente los alcaldes y gobernadores en todo el país.
Esta situación comenzó a cambiar en 1988 cuando se realizó la primera elección popular de alcaldes, y 1991, en la que se dio la primera de gobernadores, a lo cual se sumó el fortalecimiento de la descentralización con la Constitución de 1991. La realización de elecciones de alcaldes, gobernadores, diputados y ediles no solo ha fortalecido la autonomía política de las regiones, sino que, además, ha propiciado el progreso económico y social de muchas regiones de Colombia, en la cual los ciudadanos han preferido la elección de expertos en desarrollo urbano a populistas tradicionales.
Ciudades como Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Pereira y Bogotá han sido totalmente transformadas con la intervención de alcaldes que han hecho prevalecer la eficiencia sobre la demagogia, mejorando enormemente la calidad de vida de los ciudadanos.
Sin embargo, los fantasmas del centralismo y del populismo siguen rondando la política regional, pues la Constitución de 1991 establece un modelo mixto con competencias concurrentes entre el Gobierno y las istraciones locales que se ven reflejadas, por ejemplo, en la pelea por el metro de Bogotá. Al lado de los modelos exitosos de gestión local también se han presentado istraciones desastrosas de alcaldes que han privilegiado su populismo sobre el beneficio de los ciudadanos.
El principal ejemplo de ese modelo nefasto fue la alcaldía de Gustavo Petro en Bogotá, quien generó enormes crisis en aseo, transporte, seguridad y salud, mientras se dedicaba a hacer política a través de marchas semanales y manifestaciones políticas en la plaza de Bolívar. El objetivo de Petro nunca fue ser alcalde, sino utilizar la alcaldía para fortalecer su movimiento político, lo cual finalmente lograría a través de las bases que construyó en su desastrosa alcaldía.
La escuela de Petro ha tenido “destacados” discípulos que han descuidado sus funciones regionales para dedicarse a la política nacional. Su alumno más aventajado es Daniel Quintero, quien luego de hacer la peor alcaldía de la historia de Medellín, ni siquiera terminó su periodo, pues tiene aspiraciones nacionales, primero entrando al gobierno de su maestro y luego en la baraja de candidatos del Pacto Histórico para las elecciones de 2026.
Mientras tanto, Quintero se está dedicando a apoyar al títere Juan Carlos Upegui para conservar el poder otros 4 años, buscando terminar de destruir a Medellín. Pero Quintero no es el único, por toda Colombia hay discípulos aventajados de Petro a quienes no les importa el bienestar de sus regiones, sino solamente aprovechar el palomazo para hacer política populista con miras a las elecciones de 2026, en las que el Pacto Histórico no tiene ni rastros de un candidato.
Hay preocupación en el Pacto Histórico sobre cómo van a retener el poder en las próximas elecciones presidenciales, teniendo en cuenta que no alcanzarían a tramitar una reelección, que la gestión del Gobierno ha sido nefasta y que no se asoma ningún líder presidenciable en ese sector. La grandilocuencia presidencial ha opacado cualquier liderazgo que haga la más mínima sombra a su caudillo: un día el Presidente es canciller para mostrarse como mesías mundial; otro, comisionado de paz, para hablar sobre las negociaciones; otro, ministro de Defensa, para referirse al orden público y otro, ministro de Trabajo, para hablar con los sindicatos.
Ante este panorama, el Pacto Histórico se la está jugando por aprovechar estas elecciones regionales para sondear candidatos a la presidencia y si logran triunfos en las grandes ciudades, aprovecharlos para el populismo y renunciar antes de culminar el periodo para la campaña de 2026, como ya lo ha hecho Quintero.
Los colombianos debemos tener claro que lo que se está jugando el próximo domingo es esencial para el futuro del país. Los ciudadanos deben escoger entre el progreso de las regiones y las ciudades con candidatos con experiencia en la gestión, y no populistas que sigan declarando como enemigo al sector privado.
De otro lado, estas elecciones constituyen un pequeño plebiscito sobre la gestión del Presidente en el que los colombianos que no estén de acuerdo con su gestión pueden mostrar su inconformidad no votando no solo por sus candidatos, sino por todos los que estén en alianza con el Pacto Histórico (que hay bastantes disfrazados de liberales o conservadores). Finalmente y también crucial: este domingo los candidatos deben elegir si quieren un alcalde que piense en los intereses de su ciudad o departamento o en uno que sea solo un comodín para que el Pacto Histórico siga en el poder cuatro años más.
LUIS FELIPE HENAO