Se hablará mucho estos días de la visita del presidente Gustavo Petro al mandatario de Estados Unidos, Joe Biden. Fue un face to face, como dicen los ‘transmillennials’, muy importante. Estados Unidos es nuestro gran socio comercial y en la lucha contra las drogas. Es el sueño y la patria de millones de inmigrantes nuestros. Y ahora sí, los socialistas, que antes criticaban que fueran los mandatarios a hablar con el Tío Sam, dicen very good. Qué se iba a imaginar Petro cuando estaba en el M-19 que lo recibirían en la Oficina Oval. Pero sí, y allí estuvo muy puntualito.
Okay. Pero hay un tema local muy grave, y quiero volver sobre él –casi que era para hablarlo con Biden–, como es el de las barras bravas, que es ya un asunto de orden público, de seguridad ciudadana y un problema de Estado. Así se tiene que ver y tratar.
Porque hay derechos vulnerados, como el del sano esparcimiento; el trabajo, no solo de los futbolistas, sino de quienes viven en torno de los estadios. Y está el derecho sagrado a la vida. Según datos de Medicina Legal, entre 2008 y 2021 hubo 166 muertes relacionadas con hechos de violencia entre barras bravas.
Lo que pasó en Medellín, cuando de la barra Los del Sur, que perdieron el norte y armaron un zafarrancho contra la policía, rebosó la copa. No solo la Bet Play, sino la de la tolerancia. Ataques que dejaron 60 civiles y más de 12 policías heridos y destaparon muchas cosas. Por ejemplo, que todo se debió al malestar porque el Club Nacional no estaba en condiciones económicas de seguir dándoles unas 500 boletas por partido, aportes para logística, salidas del club, tifos, seguridad para otras barras, que puede pasar de mil millones de barras, como dicen en la Costa. La cuestión es con dinero.
Y como aquí la política se pone la camiseta, la Alcaldía de Medellín también se metió a la cancha y tomó partido en favor de los violentos, pues culpó públicamente al Nacional. Es como si un árbitro le sacara la roja al que recibió una patada en el palo. Prudencia, se llama una amiga que no se mete con nadie.
Hay derechos vulnerados, como el del sano esparcimiento; el trabajo, no solo de los futbolistas, sino de quienes viven en torno de los estadios.
El ambiente está en ebullición, como el Nevado del Ruiz, y puede estallar. En Manizales casi les dan palo grande a los jugadores del Once Caldas, por perder partidos. Y dicen expertos que en Bogotá varias barras marcan territorio y no iten hinchas de otro equipo. Qué miedo. En Colombia hay barras que ya no llevan confetis, sino machetes; no llevan la llama de la pasión en el alma, sino del odio en los ojos. Lo he visto en el estadio.
Las alcaldías, las dirigencia del fútbol, los equipos, las autoridades tienen que tomar medidas urgentes. Por ejemplo, carnetizar a los hinchas, judicializar a los que se las den de ‘hijuehooligans’ y que no puedan volver a los estadios, implementar las cámaras de reconocimiento facial, identificar barras bravas, hacer inteligencia. Inclusive protegerlas del microtráfico y hasta de los políticos, porque les meten goles.
Hay que defender el fútbol y a la buena afición porque como vamos, no permita Dios, podemos estar cerca de una tragedia. En Inglaterra, en 1989, hubo 96 muertos. El Estado debe revisar por qué hay tanta rabia, tanto resentimiento social y odio hacia una camiseta. ¿Es pobreza, pasión mal entendida? Que comiencen por no llamarse bravas. Es fútbol.
Y los futbolistas tienen que enviar mensajes de lealtad y respeto. Porque hay actitudes que calientan los ánimos. Si van ganando, algunos arqueros se lesionan por dos minutos, hay jugadores que en faltas leves se revuelcan como con dolores de parto. Y si los van a cambiar, caen al piso o salen a paso de pensionado subiendo a Monserrate. Eso enardece. La gente paga por ver jugar, porque para eso va uno a teatro. Los técnicos deben pedir que se compita con lealtad, para que el odio no juegue de local. Con tanta violencia y muerte en este país, al menos que podamos ver fútbol en paz.
LUIS NOÉ OCHOA