La manera en la que percibimos el mundo que nos rodea, y nuestro lugar en él, es un elemento central en la determinación de nuestras actitudes y preferencias individuales. Y esto importa porque la suma de estas últimas es parte de lo que da forma a nuestras sociedades. Cada cual contribuye con lo suyo, para bien o para mal. Sociedades como las nuestras, en las que el lugar de nacimiento y la familia a la que se pertenece –circunstancias sobre las que no se tiene ningún control– determinan en un grado tan alto las oportunidades de las personas a lo largo de la vida, no suceden de manera gratuita. Las posibilitan nuestras actitudes frente a los demás y nuestras preferencias de política pública –lo que pensamos que deben hacer los gobiernos por el bienestar de la ciudadanía–. Y tanto las primeras como las segundas se forman a través del lente de nuestras percepciones.
Cuando una persona acomodada piensa, por ejemplo, que la pobreza está asociada con falta de esfuerzo, y que lo que ha conseguido para sí misma y para su familia es exclusivamente el resultado de su trabajo, estas percepciones están afectadas por su experiencia personal y por la información a la que tiene . Hay percepciones que surgen simplemente de la desinformación, como las de este ejemplo. Pero hay otras que en sí mismas son informativas y útiles para entender mejor nuestras sociedades. Por ejemplo, la encuesta Latinobarómetro de 2020 encuentra que 77 de cada 100 latinoamericanos piensan que sus países están gobernados “en función de los intereses de unos pocos grupos poderosos”. Incluso si no siempre es cierto, esto que piensa tanta gente es informativo sobre el momento de descontento social que vive la región. Las percepciones, tanto las que nacen de insuficiente información como las que agregan información nueva, son siempre una pieza esencial para entender por qué funcionamos como sociedad, de la manera en que lo hacemos.
La manera en la que percibimos al mundo que nos rodea, y nuestro lugar en él, determina las luchas que elegimos. Por eso hay que defenderse a toda costa de aferrarse a ideas sin fundamento.
Lo más interesante –y esperanzador– sobre las percepciones es que no están completamente en piedra. Precisamente porque son moldeadas por la experiencia del mundo que nos rodea y por la información a la que tenemos , los sesgos en las percepciones pueden corregirse. El a información hace a la gente corregir sus percepciones cuando son infundadas y el o con experiencias de vida distintas a la propia contribuye a moderar la dureza de los juicios que a veces hacemos sobre otros.
Por estos días he estado leyendo a Hans Rosling, médico sueco experto en salud pública y obsesionado con los temas del desarrollo. Él pasó largos años de su vida en un esfuerzo que continúan su hijo y su nuera –socios desde el comienzo en esta aventura– por educar audiencias de diferentes tipos. Su libro Factfulness es fascinante.
Entre otras cosas, da una serie de recomendaciones para encender alarmas que nos protejan de las ideas equivocadas que nos formamos a veces. Una alarma sobre la que pone mucho énfasis es la de estar conscientes de nuestra tendencia a dramatizar, que nace del instinto natural a protegernos, y que con frecuencia hace que a nuestros ojos lo terrible cobre un lugar central inapropiado. Una importancia que se diluye apenas se hace un esfuerzo por revisar con cuidado la evidencia y se pone lo malo en perspectiva.
El número de niños menores de 1 año que fallecen por causas evitables en el mundo, por ejemplo, es inmenso como cantidad absoluta porque no debería morir ninguno.
Pero viene cayendo aceleradamente en el tiempo, y como porcentaje de la población en ese rango de edad es bajísimo. Comparar con el pasado y presentar cualquier número que nos asuste como proporción del universo al que se refiere son prácticas sencillas que ayudarían a afinar nuestras percepciones.
La manera en la que percibimos el mundo que nos rodea, y nuestro lugar en él, determina las luchas que elegimos. Por eso hay que defenderse a toda costa de aferrarse a ideas sin fundamento. En los momentos de cambio, más que nunca, es útil para la sociedad y para nosotros mismos poner en duda nuestra visión del mundo.
MARCELA MELÉNDEZ