Todos los problemas del desarrollo económico son políticos. Con esta frase abrió su charla el académico británico Tim Besley la semana pasada en la impresionante conferencia ‘El rompecabezas de la paz: hacia un desarrollo inclusivo en contextos frágiles’, organizada por UNU Wider en Helsinki. Habló de la cohesión social como un elemento crucial para el desarrollo, que depende de dos cosas, las instituciones y la cultura cívica. Dijo que las restricciones del Poder Ejecutivo, más que las elecciones, son el centro del pilar de la democracia, que cobrar impuestos y gastar con efectividad es la capacidad estatal básica y que la legitimidad del Estado es una condición necesaria para la construcción de confianza.
Oí todo esto pensando en América Latina y teniendo enfrente el contraste de Finlandia, un país que consiguió ponerse de acuerdo sobre la conveniencia de construir a muchas manos una sociedad desarrollada y verdaderamente igualitaria y logró hacerlo en menos de cincuenta años (Finlandia tenía en 1975 aproximadamente el mismo PIB per cápita que Colombia en 2021 y hoy día tiene uno de los más altos del mundo –el puesto 20 entre casi 200–). Creo que la clave está en que consiguió ponerse de acuerdo. Hablé mucho sobre esto con otros de los participantes y en efecto hay razones que pueden haberlo facilitado. Es un país pequeño, con 5,5 millones de habitantes y casi completa homogeneidad étnica. Pero la gran diferencia está en una élite que entendió el desarrollo y la igualdad como una ventaja para sí misma y que, en cambio de concentrar su esfuerzo en la creación y protección de espacios privados para su propio bienestar, se ha enfocado en permitir e impulsar la construcción de un país igual para todos.
El trabajador promedio en Finlandia paga una tasa de impuesto de 30,2 % sobre sus ingresos, y ese promedio resulta de un sistema tributario en el que (i) se gravan los ingresos personales globales de los ciudadanos, (ii) se paga una tasa de 30% sobre los ingresos de capital (que aumenta a 34 % a partir de un umbral dado) y (iii) cada cual paga dos tasas impositivas sobre sus otros ingresos: una tasa nacional que parte de niveles bajos y aumenta en proporción al ingreso, y una municipal plana, igual para todos.
El punto de partida para nuestros países puede estar en un liderazgo que inspire a las élites locales y la comprometa a repensar las sociedades que hemos construido.
La primera tiene un tope de 58,4 % que paga quien tenga ingresos iguales o superiores a 1,9 veces el ingreso promedio. En contraste, el impuesto corporativo de renta es una tasa plana de 20 %, igual para todas las empresas, sin distinción de tamaño. El recaudo tributario de Finlandia como proporción del PIB triplica el de Colombia. Lo que todo esto consigue es un Estado con verdadera capacidad de gasto, y el resultado de esa capacidad, junto con una visión clara de la sociedad que se quiere construir, es alucinante.
Un ejemplo de esa visión es palpable en la biblioteca pública de Helsinki, Oodi, con espacios para el encuentro de la comunidad alrededor de una multiplicidad de actividades, más allá de los libros: centro de préstamo de balones, espacios de costura con máquinas de coser, instrumentos y estudios de música, además de múltiples espacios de lectura, para adultos y niños. Y todo en uno de los espacios físicos más lindos en que he estado en mi vida, donde el diseño no es solo funcional. Finlandia es un país que entiende el a espacios públicos y privados con buen diseño y la producción en masa de objetos con buen diseño como requisito para la igualdad. Genera fascinación y envidia.
Tim Besley plantea dos visiones del Estado, el coercitivo y el que opera en el marco de un contrato social y, en su charla recuerda que la gente con frecuencia quiere hacer lo correcto, incluso cuando no enfrenta un costo por no hacerlo. No siempre es un tema de premio o castigo. El punto de partida para nuestros países puede estar en un liderazgo que inspire a las élites locales y la comprometa a repensar las sociedades que hemos construido.
MARCELA MELÉNDEZ