Difícil, si no imposible, encapsular en unos cuantos párrafos el impacto que ha tenido un virus mortal a lo largo y ancho del planeta desde 2019 hasta hoy. Lo que sí aparece en la superficie de todas las interacciones humanas desde el inicio de la pandemia de covid-19 es que ha habido un cambio en el comportamiento, un distanciamiento no solo físico, sino emocional entre los seres humanos.
Para aquellos que han trabajado de forma remota y vuelven ahora a sus oficinas después de un año y medio está claro que la realidad no se puso ‘en pausa’ hasta nueva orden. De hecho, en estos meses de angustia, las relaciones laborales, las amistades y los amores sufrieron un deterioro innegable.
No basta con retomar el cafecito de media mañana con los colegas o buscar a los amigos para ver una película. El traumatismo ocasionado por la presencia de un virus mortal ha exacerbado los problemas financieros, psicológicos y de toda índole. De suerte que esos que éramos en febrero de 2020 han quedado atrás y hoy somos una versión magullada, adolorida, traumatizada, con miedo de socializar, terror a estar solos, cuestionando proyectos pasados, soñando con futuros distintos, haciendo duelos por amigos y parientes que murieron infectados con coronavirus.
Somos, en suma, incapaces de reconocernos en esas nuevas y hoscas identidades que asumimos por instinto de conservación. Duele la propia situación de crispación general, pero también duele que colegas, familiares y amigos se porten como extraños, como en una película distópica de ciencia ficción.
A la ya difícil situación se suma el esfuerzo que muchos deben asumir tratando de razonar con parientes que se niegan a vacunarse y que toman, en cambio, sustancias tóxicas como lejía o vermífugos para caballos. Ver a familiares y amigos ignorar un virus inclemente es como esperar que la guayaba madura le gane la batalla al hambriento toche.
Esta pandemia está lejos de terminar y es importante reconocer el impacto psicológico y emocional que ha ocasionado en nosotros y en nuestros allegados. No se trata solo de sobrevivir, sino de ver esa frustración y poder ofrecer una mano empática a otros que también la viven, aunque luego esa mano deba limpiarse con gel antibacterial.
Nunca sobra dar una voz de aliento u ofrecerse a escuchar a otro, pues no sabemos cuántos meses o años más estaremos bajo el sino de un virus que ha sobrevivido gracias a la ineptitud de algunos gobiernos y a la ignorancia y terquedad de muchos.
Solo nos queda el autocuidado, intentar convencer a nuestros allegados de la importancia de la vacunación y la conciencia de que los que todavía estamos vivos en esta pandemia tenemos que adaptarnos a una realidad en la que ya nadie es como antes.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE