Colgada del techo con cuerdas alrededor de las muñecas, se le bajaba lentamente hasta que un trípode con punta de acero quedaba justo en su entrepierna. En ese momento, se le empezaba a balancear de modo que el objeto punzante empezara a desgarrar la piel. Simultáneamente, se la interrogaba sobre sus alianzas con fuerzas oscuras. La mujer, delirante de dolor, confesaba, al poco tiempo, que sí, que era bruja. Acto seguido, la tortura finalizaba, con la mujer a punto de morir desangrada, y se la preparaba para ser incinerada viva en una hoguera pública.
Así murieron, que se tenga registro, medio millón de mujeres durante la Inquisición liderada por el Catolicismo en la Edad Media. Esta brutal forma de sometimiento de la mujer ha encontrado variantes “modernas” como la cárcel por sufrir un aborto espontáneo, o el linchamiento mediático al denunciar violencia sexual en su contra. La inquisición, como vemos, es una institución creada con el fin último de someter a la mujer, de limitar su al poder político, al conocimiento y de restringir su posibilidad de defensa cuando su cuerpo es violentado.
Incluso hoy somos testigos de la lentitud de la justicia ante denuncias de violencia contra la mujer y la revictimización que sufre cuando los estamentos judiciales y la sociedad duda de su testimonio. Por no hablar de la muerte cuando su victimario se ve expuesto frente a una denuncia de maltrato o cuando la mujer decide abandonarlo (cuando se trata de su pareja).
Es por esto que resulta, no sólo risible sino ofensivo, que un individuo acusado por varias mujeres de acoso y abuso sexual se considere víctima de una “inquisición”. El señor Víctor de Currea Lugo no es víctima de ninguna inquisición, de hecho, según los testimonios de estas mujeres, ha tenido vía libre durante años para hacer lo que se le ha antojado sin mayores consecuencias.
Hoy somos testigos de la lentitud de la justicia ante denuncias de violencia contra la mujer y la revictimización que sufre cuando los estamentos judiciales y la sociedad duda de su testimonio.
Tuvo que renunciar a la embajada que el presidente Petro le había ofrecido, pero sólo por el escándalo mediático de colectivos feministas, pues esta es la hora en que el Gobierno no se ha pronunciado en absoluto al respecto. Esto revela las verdaderas políticas de este Gobierno frente a la violencia contra la mujer: son nulas si se trata de los suyos.
Así vemos que, incluso en un gobierno progresista —el primero en la historia de Colombia— se sigue perpetuando la protección de un posible victimario y el abandono de las víctimas.
Teniendo en cuenta que un 99.9 % de las denuncias de violencia sexual son verídicas y que la veracidad es casi certeza cuando varias mujeres denuncian al mismo individuo, es preocupante la laxitud gubernamental al respecto. Es además desproporcionado —por no decir risible— considerarse públicamente víctima de una “cacería de brujas”, pues los inquisidores son aquellos, como vemos, que se consideran dueños del cuerpo de la mujer y que las castigan si exigen el menor atisbo de autonomía y libertad. No al contrario.
El testimonio de una de las mujeres que denuncian a De Currea revela esta estrategia coercitiva, ya que él, al parecer, le advierte que no divulgue lo ocurrido si no quiere que su carrera profesional se caiga a pedazos. Esa es la inquisición moderna, esos son los inquisidores modernos. Así que no, señor De Currea, usted no es la víctima en esta situación, de hecho, es usted quien mueve los lazos que amarran las manos de la mujer colgada del techo.
MARÍA A. GARCÍA DE LA TORRE