Hace unos días tuve la posibilidad de participar en un entrenamiento para adquirir herramientas creativas y tener la capacidad de activar mecanismos de innovación desde diferentes frentes. Me gustó mucho porque no tenía nada que ver con sostenibilidad, sino con la forma en la que a veces nos exponemos frente a la vida.
Cuando llegué al módulo de “elevación”, la tutora nos hizo una pregunta: ¿qué hay en los dos metros cuadrados que te rodean en este momento? Preguntó ¿qué cosas ves?, ¿hay alguien contigo?, ¿puedes cambiar algo de posición?, ¿puedes quitar o añadir algo a ese espacio?
Finalmente, después de reflexionar sobre ese momento, cerró el ejercicio diciéndonos que a veces en la vida buscamos cumplir(nos) un propósito que nos supera, que nos desconecta inclusive de la realidad en la que vivimos y que en muchos casos vemos de manera abstracta. Por ejemplo, ¿cuántas veces no decimos ‘seré feliz cuando… baje de peso, cuando tenga una pareja, cuando compre esto o aquello’?
Procuramos asegurar ese propósito —con situaciones que muchas veces se escapan de nuestras manos— y nos decimos que al lograr eso sí “empezaremos a vivir y seremos felices”. Lo que no vemos detrás de todo esto es que mientras añoramos eso la vida se nos va. Por eso, a partir de lo que tenemos a nuestro alrededor, todos los días podemos activar pequeños cambios para vivir mejor y asegurar nuestra felicidad. Es decir, deberíamos vivir la vida apreciando el proceso y no añorando el fin.
Al convivir con estas engañosas creencias, llega el momento en que muchos dejan de hacer estas pequeñas acciones, creyendo que no están contribuyendo en nada. Y eso es lo peligroso.
Justo después de ese ‘efecto guau’ que tuve, me dije a mí misma que eso pasa con nuestras vidas, pero también con la sostenibilidad. Pensé que si hiciéramos este mismo ejercicio frente a este tema, nos encontraríamos con algo muy parecido. Muchas veces no estamos seguros de activar cambios en nuestros hábitos —así sean mínimos— porque pensamos que eso no será suficiente. Mientras que es todo lo contrario, la suma de pequeños pasos es necesaria para activar transiciones hacia futuros posibles para todos.
Creemos que si no reciclamos todo y todo el tiempo, no es suficiente. Que si no nos transportamos todos los días en bicicleta, no basta. Que si pedimos una bolsa en el mercado, no estamos haciendo nada a favor de la sostenibilidad. Al convivir con estas engañosas creencias, llega el momento en que muchos dejan de hacer estas pequeñas acciones, creyendo que no están contribuyendo en nada. Y eso es lo peligroso.
Las personas viven sus vidas con todo lo que eso trae: intereses, necesidades, hábitos, patrones, historias y creencias. Y aunque en su gran mayoría están preocupados por el medioambiente, lo cierto es que en muchos casos se sienten presionados por todo lo que consumen del mercado y prefieren no hacer nada a hacer lo que está en sus manos.
Siento que en vez de estigmatizar a aquellos que “no cumplen con los estándares supermegarrígidos”, deberíamos invitarlos a repensarse sus hábitos a través de sus dos metros cuadrados. Dentro de ese espacio, cada uno es un facilitador de cambios y, por tanto, cada persona puede potenciar transformaciones con sus residuos, con su movilidad o con sus compras de diferentes maneras.
Nunca creamos el cuento de que no tenemos el poder de cambiar las cosas. Si uno lo hace, está bien. Si dos ya se animan, mucho mejor, pero si todos lo empiezan a replicar, es un mensaje llamativo hacia la transición. Desde un pequeño espacio de acción, todos podemos hacer muchas cosas en pro de la sostenibilidad y cada una de esas acciones contará, se los aseguro.
¿Qué puedes hacer entonces desde tus dos metros cuadrados?
MARÍA EUGENIA RINAUDO