No es que no se supiera antes lo que revela la carta de los Rodríguez que Andrés Pastrana entregó a la Comisión de la Verdad. Sino que los muchos que bregamos en esa época (1994) como periodistas por desenterrar la verdad tuvimos que resignarnos, ante la absolución que le dio el Congreso al ya posesionado presidente Ernesto Samper. Porque siempre se alegó que, no obstante innumerables grabaciones, fotos, colillas de cheques, cajas de estrellitas llenas de plata, confesión del contador chileno Pallomari y del tesorero de la campaña, Santiago Medina, aquí se seguía reclamando la ausencia de la que llamaron “prueba reina” de la culpabilidad de Samper. Esta nunca apareció. Hasta la semana pasada.
¿Cómo así que esa prueba reina existía desde hace 21 años y, sin embargo, seguía inédita?
La prueba reina era, al fin y al cabo, el premio de la reivindicación política de Andrés Pastrana, quien fue el que reveló los narcocasetes con los pactos criminales entre políticos y narcos. Cuando los hizo públicos, Pastrana fue acusado de que quería difamar al país ante los gringos, que corrieron a quitarle la visa al presidente Samper. Por eso, descubierta la existencia de la carta, costaba tanto trabajo entender por qué Pastrana se la había guardado todos estos años. Aunque ella apareció publicada en un libro de sus memorias en el 2013, él nunca le hizo énfasis a la existencia de tal documento.
Alegó dos razones de su secreto: la primera, que como la carta le llegó cuando todavía era Presidente, utilizar el Palacio de Nariño para perseguir a su antiguo opositor reñía con la majestad de su cargo. Ese argumento pudo ser válido mientras ejerció la presidencia. ¿Pero cuando su período terminó en 2002? La segunda es que la carta ya no contribuía en nada a un caso cerrado. ¿Pero hasta qué punto el país merecía saber lo que pasó, contado por sus protagonistas, los Rodríguez Orejuela?
Enfurecidos con la entrega de la carta a la Comisión de la Verdad, los Rodríguez se vinieron con una segunda carta reclamándole a Pastrana haber roto el compromiso de que jamás la iba a publicar. Hacerlo era la “sacada de clavo” de Pastrana por una derrota presidencial fabricada por los narcos. Esa revelación lo tuvo cuatro años acusado de apátrida y de traidor, hasta que ganó la presidencia en el 98, cuando ya nadie esperaba pruebas reinas de algo que otras evidencias sólidas habían dejado demostrado. Pero a esa carta los Rodríguez le añadieron un perturbador elemento: afirmar que fue fruto de una extorsión. Según dicen los Rodríguez, con la intermediación del médico Santiago Rojas, el Gobierno les habría propuesto escribir su testimonio relatando cómo fue su apoyo a la campaña de Samper, a cambio de no extraditarlos. Pero que la carta no hubiera tenido un origen espontáneo, sino, según los Rodríguez, una extorsión, no contradice la autenticidad de lo afirmado en su primera carta. En ella contaron la verdad. Que Samper recibió y sabía.
El otro cabo que deja suelta la última carta de los Rodríguez es el papel del político conservador Álvaro Pava, actual embajador en Buenos Aires, en esta feria de billetes que compraba campañas políticas. Pava salió por todos los medios a jurar que no recibió ni un peso. Lo raro es que si ello es mentira, los Rodríguez Orejuela, que están vivos, se lo pueden refutar. Alguna pruebita se deben haber guardado de ello, o, de lo contrario, sería la palabra de unos contra la del otro. Y en eso llevaría las de ganar Pava; porque si esas platas entraron, seguro no fue a través de la contabilidad de la campaña conservadora. Según indagatoria de Alberto Giraldo en su época (el periodista que organizó los os entre los capos y los políticos), a la campaña pastranista también quisieron darle plata. Pero que alguien de allá (¿Pava?) les dijo que si no era en las mismas cantidades que estaban metiendo en la de Samper, declinarían el ofrecimiento. Y, al parecer, eso sucedió. Porque, eso sí, los Rodríguez Orejuela se declaran profundos liberales y demócratas, y si como Alberto Giraldo les dijo en alguna grabación: “El triunfo de Samper, qué curioso, está en sus manos”, era lógico que la preferencia política de los Rodríguez estuviera cantada.
Queda una última pregunta: ¿por qué los Rodríguez se ponen tan bravos de que a estas alturas, 26 años después, se revele una carta manuscrita en la cual lo único nuevo que se dice es viejo? Porque aquel a quien le hacen un aporte tan costoso debió ser, por lógica, el primero en enterarse de un favor de 10 millones de dólares. Los Rodríguez no hicieron una donación anónima, sino una contribución a la campaña de Ernesto Samper Pizano. Si fuera al revés, serían monjitas de la caridad, y no narcos.
MARÍA ISABEL RUEDA