El voto es la materialización de la participación del ciudadano en sus elecciones. Existen muchas posibilidades de aproximarse a él: por convicción, por emotividad, por rechazo, por conveniencia, por ignorancia, por tedio. Siempre con consecuencias.
Cuando se trabaja en innovación y estrategia se es consciente de que el cambio no es un hecho puntual. Es una constante. La identidad está en movimiento y, como país, somos un ser en evolución permanente. Ese ritmo de transformación se acelera o frena de acuerdo con la intensidad de los aciertos y errores (o aprendizajes). Este transitar al futuro se forma ineludiblemente de decisiones. Se es corresponsable de los hechos, incluso cuando por miedo o hastío no se toma posición porque al final es una elección. En la misma línea, la simpleza de quejarse corresponde a una acción vocal frustrante, cómoda y pasiva. Casi cómplice.
Colombia es un país increíble –difícil de creer– porque maneja un nivel de complejidad sobrecogedor. Nada es sencillo. Nuestra diversidad, la dificultad de su historia y las particularidades caóticas de su realidad hacen que sea un gran reto observarnos, interpretarnos y proyectarnos, especialmente para los gobiernos extranjeros. En nuestro territorio lo inaceptable e inaudito puede significar la vida.
Es inaceptable que los menores trabajen, pero quizás una familia sobreviva gracias a sus tareas. Es inaudito pensar que el policía sea vecino del narco y el sicario, que deba quitarse su uniforme antes de entrar al barrio, pero solo así podrá continuar al día siguiente.
Progresamos desde lugares muy oscuros y ciertamente se está lejos de materializar una sociedad equitativa y justa. La realidad, como punto de partida, y el horizonte de llegada requieren ser reconocidos para planear y ejecutar el camino. Gustavo Petro leyó con astucia ese sentimiento y lo convirtió en “cambio” en su campaña.
Conozco personas que votaron desde la convicción en las ideas propuestas por la Colombia Humana y otros en franca oposición. Posados ambos en sus esquinas, desde sesgos radicales o creencias genuinas. Pero centro mi atención en quienes inconformes optaron por explorar el “cambio” petrista y que hoy, desconcertados y decepcionados, expresan temor por el ser y hacer del líder. “Se siente como una traición al voto”. Entiendo la frustración que proviene de la buena intención que se enfrenta hoy a la realidad del mandatario, pero que realmente se podía calcular si se estudiaba la historia personal y profesional del político.
Lamentablemente los mensajes y comportamientos del Presidente acerca del respeto a las bases del gobernar en democracia se han traducido en mensajes amenazantes a la división de poderes
Lamentablemente los mensajes y comportamientos del Presidente acerca del respeto a las bases del gobernar en democracia se han traducido en mensajes amenazantes a la división de poderes, los entes de control, la economía de mercados, la libertad individual, de expresión y de prensa. “Cambios” perjudiciales. Un demócrata no violenta a su sociedad. Señales delicadas e imprudentes que un estadista detendría. De lo contrario, es prudente hacerlas visibles de manera sencilla, didáctica e inmediata a todos los colombianos y a la comunidad internacional que observa, regula y no apoya abusos de autoridad.
Dada la decepción, la pregunta es cómo actuar después de la lección aprendida. La responsabilidad del votante no se debe ceder ni olvidar el día de elecciones. Requiere continuar observando y exigiendo un comportamiento por el bien del país, ético y coherente con los elegidos y sus partidos en todos los ámbitos del Gobierno. Solo dejaremos de ver unos políticos bipolares y convenientes si estos tienen temor de la inteligencia de sus electores porque sancionan moralmente, mediáticamente, legalmente y con su apoyo, o no, el futuro de sus carreras. Se requiere valor para honrar la defensa de Colombia, sin duda, pero es la ruta digna.
MARTHA ORTIZ