Un año difícil también para el arte y la cultura se cerró en Bogotá con una breve temporada lírica. La inmortal ‘Tosca’, del inmortal Giacomo Puccini, con argumento político fundado en la batalla de Marengo, en la que Napoleón invade a Italia, fue presentada en el Teatro Mayor. Contó con doble elenco: uno internacional y otro colombiano.
Excelentes los coros juvenil e infantil de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, lo mismo que la Orquesta Sinfónica de Colombia dirigida por Andrés Orozco, quien, para orgullo de los colombianos, sigue con su brillante carrera internacional. Pedro Salazar, disciplinado director de escena, nos ha acostumbrado al buen gusto. Valeriano Lanchas encarnó, con su bello timbre de voz, la malignidad del poderoso y lascivo Scarpia, el gobernador “frente al cual temblaba toda Roma”.
Nuestro tenor estrella del momento, César Gutiérrez, conmovió con su interpretación del revolucionario pintor enamorado que, recordando el brillo de las estrellas, le dice adiós a su amada antes de ser fusilado por apoyar las tropas napoleónicas.
La argentina Daniela Tabernig mostró un precioso dominio vocal del personaje que interpretaba por primera vez. Llegará sin duda a grandes escenarios cuando se apropie con más confianza de la personalidad con la que compositor y libretista pensaron a Tosca, que en el primer acto se manifiesta celosa por una intriga irresuelta; en el segundo se defiende de una violencia tal, que la lleva en legítima defensa a acuchillar a su poderoso agresor, y en el tercero, a renunciar a su propia vida, con tal de no permitir a los secuaces la satisfacción de capturarla viva. En esta versión escénica se cambia el final de la obra. En vez del suicidio, como lo establece el libreto original, Tosca es asesinada por los serviles de Scarpia.
La lírica es un arte liberador y purificador de las emociones humanas. Dice la leyenda que Puccini sufrió un duro golpe al enterarse de que una jovencita por él seducida se suicidó por despecho. Es probable que de allí surgiera su inspiración para marcar el suicidio de Liu por amor, en ‘Turandot’; de ‘Madama Butterfly’, por honor, y de Tosca, por venganza para no permitir la satisfacción de ser torturada. La acción escénica debe ser coherente con los acordes y melodías que rodean estos momentos de emoción pucciniana. En esta versión esa coherencia queda ausente. Este es un caso en que el director musical debiera apoyar al escénico en sus decisiones.
En cuanto a la ópera ‘El Principito’, de Rachel Portmann, con libreto de Nicholas Wright, basada en la novela de Antoine de Saint Exupéry, que se presentó con gran éxito en el teatro Colón, aplausos merecidos se hicieron sentir. Nada fácil el compromiso de cantar lo ya contado en tantos idiomas, en el mundo entero, como es este relato infantil con mensajes que llegan al alma de los adultos.
La música tan encantadora como el relato cantado por diez solistas colombianos bien escogidos y acompañados por la Orquesta Sinfónica de Colombia dirigida por Valero Terribas. Un ciberespacio estelar con asteroides en los que viaja el Principito dejando sus poéticos mensajes con la voz bella y de excelente dicción de su precisa interprete, Daniela Rivera, vestida de sudadera como cualquier niño del mundo, porque cada uno es un príncipe para alguien, pero con su coronita y bufanda, tal como lo trazó el autor de la novela al ilustrarlo. Siendo la iluminación protagonista de la obra, hizo falta como contraste el brillo solar del desierto en el segundo acto.
Un reto nada fácil de expresar lo esencial del Principito: “Para ser felices se necesita eliminar dos cosas: el temor de un mal futuro y el recuerdo de un mal pasado”.
MARTHA SENN