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Solo un gobierno plural y diverso podrá navegar por aguas tan turbulentas.

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Lenin decía que hay décadas en las que nada pasa y semanas en las que parece que transcurrieran décadas. Da la impresión de que lo que ha pasado en las últimas semanas –en Colombia y el mundo– tendrá consecuencias más duraderas y trascendentales de lo que nos alcanzamos a imaginar.
(También le puede interesar: Coctel molotov)
Me temo que la invasión de Ucrania va a dar origen a un conflicto más grave de lo que hemos visto hasta ahora. Es poco probable que las sanciones económicas conduzcan a una salida diplomática, pues la historia ha demostrado que nada es más fácil que iniciar una guerra y nada más difícil que terminarla.
Por ello, muy pronto podríamos ver fenómenos de los que no tenemos memoria. Hay que recordar que Rusia no ha dejado de vender –al menos hasta ahora– un solo barril o una sola molécula de gas natural. Cuando ello ocurra, los precios subirán a niveles que nos pondrán de rodillas frente los países de la Opep. Por ello, nadie debe sorprenderse de que ayer mismo la Agencia Internacional de Energía, creada precisamente para conjurar la crisis petrolera de 1973, haya recomendado diez medidas de emergencia para reducir el consumo de crudo. Propuso, por ejemplo, reducir los límites de velocidad en las vías, dejar de usar los carros los domingos y, como si no hubiéramos tenido suficiente durante la pandemia, trabajar desde la casa tres días a la semana.
También hay que recordar que Ucrania y Rusia exportan el 10 por ciento del trigo mundial, 13 por ciento del maíz y más de la mitad del aceite de girasol –para no hablar de los fertilizantes y agroquímicos–. Es altamente probable que no se detenga el alza de los precios de estos productos, lo cual se traduce en más inflación, hambre y pobreza.
Ante un entorno global tan convulsionado, la estrategia política del atrincheramiento ideológico –rodearse de los que piensan igual– es el camino más equivocado posible.
Si además de estos problemas económicos se agudizan las tensiones políticas entre las dos superpotencias –China y Estados Unidos, cuyos líderes no han logrado ponerse de acuerdo alrededor de la guerra ucraniana–, el escenario por venir podría ser aún más complejo.
Estos no son tiempos normales.
Es tan grave el problema que en los países avanzados las diferencias entre partidos políticos han pasado a un segundo plano. Hace mucho tiempo no se veían acuerdos como los que han logrado en pocos días republicanos y demócratas en EE. UU., o entre nacionalistas y europeístas en el Viejo Continente. A fin de cuentas, los conflictos, cuando son externos, tienden a unir.
Pero mientras esto ocurre, Colombia vive su proceso electoral y se mira el ombligo. Los debates a lo largo de la semana me hacen pensar que a nuestra política le hace falta un polo a tierra. Ante un entorno global tan convulsionado, la estrategia política del atrincheramiento ideológico –rodearse de los que piensan igual– es el camino más equivocado posible. Este es el momento de un gobierno de unidad nacional.
Solo un gobierno plural y diverso podrá navegar por aguas tan turbulentas, sobre todo en una embarcación que lleva una pesada carga de costos y secuelas que nos dejó la pandemia. Más que un presidente que ejerza un liderazgo ideológico o partidista, y que agite las banderas de la polarización, se requiere un presidente que tenga la capacidad de conciliar las diferencias.
No es claro cuál de las dos opciones presidenciales viabilizadas el domingo pasado será capaz de dar ese giro. Pero quien lo logre tendrá más posibilidades de ganar y, especialmente, de gobernar bien a Colombia. Además, es lo conveniente por razones de pragmatismo político. Las dos consultas más votadas obtuvieron 5,6 y 4 millones de votos. Es evidente que los ganadores en cada una de ellas están todavía lejos de los cerca de 10 millones de votos que se requieren para ganar la presidencia.
No tengo duda de que el candidato que se quede en una esquina del cuadrilátero perderá. Ganará el que tenga la versatilidad de moverse con agilidad e independencia. Ganará el que logre explicar que los problemas de Colombia no se resuelven expropiando –como dicen unos– o acabando con la JEP, como dicen otros. Pero, sobre todo, ganará quien muestre la mayor capacidad de unir y no dividir.
MAURICIO CÁRDENAS

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